LAGUNA BEACH – La selección nacional de fútbol de Egipto viajó a Rusia para su primera Copa del Mundo en 28 años montada en una ola de altas expectativas y un enorme entusiasmo de los aficionados. Ahora regresa a casa habiendo perdido todos los partidos, lo cual no es una desilusión menor para un país que se toma tanto el fútbol como el orgullo nacional muy en serio. Ahora ha estallado un juego de culpas del que nadie parece salvarse.
Esto puede resultar entendible, pero no es constructivo. En efecto, amenaza con oscurecer lecciones importantes que pueden ayudar no sólo a Egipto, sino también a otras economías emergentes, a desarrollar su enorme potencial -y no sólo en el fútbol.
La primera lección es la de manejar las expectativas. El período previo a la Copa del Mundo estuvo dominado por un elogio bien merecido del jugador estrella del equipo, Mohamed Salah, que fue dos veces jugador del año del fútbol inglés en 2017 y 2018 y se ha convertido en un ídolo para millones de egipcios. Si a eso le sumamos el hecho de que Egipto no había clasificado para una Copa del Mundo desde 1990, las expectativas terminaron excediendo por lejos lo que el equipo realísticamente podía lograr en el torneo.
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While Europe bears disproportionate historical responsibility for climate change, it accounts for just 7.5% of global emissions today, meaning that the actions taken within the EU can have only a limited impact on the world’s climate. In fact, the only solution to climate change is a global one.
reiterates the EU’s commitment to advancing mitigation and adaptation, at home and globally.
Rather than reducing concentrated market power through “disruption” or “creative destruction,” technological innovation historically has only added to the problem, by awarding monopolies to just one or a few dominant firms. And market forces offer no remedy to the problem; only public policy can provide that.
shows that technological change leads not to disruption, but to deeper, more enduring forms of market power.
LAGUNA BEACH – La selección nacional de fútbol de Egipto viajó a Rusia para su primera Copa del Mundo en 28 años montada en una ola de altas expectativas y un enorme entusiasmo de los aficionados. Ahora regresa a casa habiendo perdido todos los partidos, lo cual no es una desilusión menor para un país que se toma tanto el fútbol como el orgullo nacional muy en serio. Ahora ha estallado un juego de culpas del que nadie parece salvarse.
Esto puede resultar entendible, pero no es constructivo. En efecto, amenaza con oscurecer lecciones importantes que pueden ayudar no sólo a Egipto, sino también a otras economías emergentes, a desarrollar su enorme potencial -y no sólo en el fútbol.
La primera lección es la de manejar las expectativas. El período previo a la Copa del Mundo estuvo dominado por un elogio bien merecido del jugador estrella del equipo, Mohamed Salah, que fue dos veces jugador del año del fútbol inglés en 2017 y 2018 y se ha convertido en un ídolo para millones de egipcios. Si a eso le sumamos el hecho de que Egipto no había clasificado para una Copa del Mundo desde 1990, las expectativas terminaron excediendo por lejos lo que el equipo realísticamente podía lograr en el torneo.
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