Un retroceso en la protección de los derechos humanos

NUEVA YORK – El mundo se ha sumergido en un periodo de brutalidad y quienes cometen actos violentos quedan impunes. Siria se enfrenta a incontables muertes de civiles mientras que un Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dividido permanece al margen. El sufrimiento de Gaza continua y aquellos que podrían apaciguarlo solo expresan su preocupación. Irak se consume y el final parece no llegar. En Sudán Meridional y República Centroafricana aumentan las atrocidades, a las que además se suma una epidemia de violencia sexual. Incluso Europa tampoco se salva: una aeronave civil fue derribada en el contexto del conflicto en Ucrania oriental, y se impidió a las autoridades investigar sobre el suceso.

Después de veinticinco años de la caída del Muro de Berlín, y a más de una década de la creación de la Corte Penal Internacional (CPI), resulta increíble lo poco que se ha hecho para frenar estos abusos, y las perspectivas de que algún día se haga justicia a las víctimas, o que los perpetradores lleguen a pagar sus crímenes, parecen cada vez más y más remotas.

Durante muchos años el mundo parecía avanzar hacia un mayor reconocimiento de los derechos humanos y demandas de hacer justicia. A medida que emergieron democracias en América Latina y Europa central y oriental en los años ochentas y noventa, estos asuntos cobraron una importancia creciente. Aunque las guerras, los conflictos y las atrocidades continuaron, las potencias mundiales trataron, y algunas veces lograron –aunque tarde y de forma caótica– frenar las matanzas.

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