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Demasiado pobres para la guerra

LONDRES – Una economía de tiempos de guerra es inherentemente una economía de escasez: como el gobierno necesita dirigir los recursos a la fabricación de armas, se produce menos manteca. Como la manteca se debe racionar para fabricar más armas, una economía de guerra puede conducir a un alza inflacionaria que exige que los responsables de las políticas recorten el consumo de la población para reducir el exceso de demanda.

En su panfleto de 1940 “Cómo pagar la guerra”, John Maynard Keynes reclamaba un reequilibrio fiscal, en lugar de una expansión presupuestaria, para satisfacer las crecientes necesidades del esfuerzo de movilización del Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial. Para reducir el consumo sin hacer subir la inflación, sostenía Keynes, el gobierno tenía que aumentar los impuestos sobre los ingresos, las ganancias y los salarios. “La importancia de un presupuesto de guerra es social”, aseveraba. Su propósito no es sólo “prevenir los males sociales de la inflación”, sino hacerlo “de una manera tal que satisfaga la sensación popular de justicia social manteniendo al mismo tiempo incentivos adecuados para el trabajo y la economía”.

Joseph E. Stiglitzrecientemente aplicó este abordaje a la crisis de Ucrania. Para garantizar la distribución justa del sacrificio, argumenta, los gobiernos deben imponer un impuesto a los beneficios fortuitos para los proveedores de energía domésticos (“los especuladores de la guerra”). Stiglitz propone un sistema de tarifación de la energía “no lineal” por el cual los hogares y las empresas podrían comprar el 90% del suministro del año anterior al precio del año anterior. Por otra parte, aboga por políticas de sustitución de importaciones tales como un aumento de la producción de alimentos doméstica y un mayor uso de renovables. 

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