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La encrucijada de Occidente frente a China

BERLÍN – El mes pasado Canadá anunció repentinamente que congelaba todos sus vínculos con el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, un prestamista multilateral que China creó como alternativa al Banco Mundial. Según la ministra canadiense de finanzas, Chrystia Freeland, la decisión responde a las afirmaciones de que el gobierno chino llenó a la institución con funcionarios del Partido Comunista de China, que «funcionan como una policía interna secreta».

Apenas unos días más tarde, el ministro de asuntos exteriores húngaro Péter Szijjártó anunció que la empresa china Huayou Cobalt instalaría en Hungría su primera fábrica europea, en el pequeño pueblo de Ács, donde producirá materiales catódicos para baterías de vehículos eléctricos.

Considerando como telón de fondo la rivalidad entre EE. UU. y China, es fácil descartar esos titulares como trivialidades, pero las inclinaciones de Canadá y Hungría son extremadamente relevantes para esta historia geopolítica en términos más amplios: aunque las decisiones de Washington y Pekín obviamente son importantes, las apuestas estratégicas de los países más pequeños ofrecen información igualmente significativa para comprender el futuro de la globalización.

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