La revuelta de los Estados

BUENOS AIRES: El cambio incesante parece estar en el corazón de la civilización global contemporánea. Por ello, los países que consideran sus realidades internas como sacrosantas son incapaces de asimilar los cambios o de prever su dirección. Para ellos, los cambios son algo irracional, incluso catastrófico.

Como vimos recientemente con las recientes protestas en contra del FMI en Praga, y con las protestas callejeras en contra de la Organización Mundial del Comercio en Seattle el año pasado, esos temores se están extendiendo. Cada vez más, la gente considera al cambio no como algo que enriquece su libertad y su dignidad, sino como una fuerza que promueve la avaricia y la injusticia. Al concentrar tanto la riqueza, la globalización produce más amenazas que oportunidades. Las dificultades para transferir conocimientos y nuevas tecnologías del centro a la periferia, por ejemplo, amplían las desigualdades económicas y someten a algunos países a una nueva forma de colonialismo. Viendo eso, mucha gente teme que una nueva clase dominante manipule la globalización, en forma intolerable, para su propio beneficio.

Al limitar las perspectivas de crecimiento para mucha gente, el orden económico actual es inconsistente con los ideales de la gran revolución democrática de nuestro siglo, la cual afirma que ningún habitante del mundo debe quedarse atrás. Para esos pueblos y países que ahora están marginados del proceso de desarrollo tecnológico, producción e intercambio, creo que sólo existe una opción viable: una nueva afirmación de sí mismos como estados independientes integrados regionalmente de todas las formas que les sea posible.

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