El síndrome Evita

El mes pasado, el día en que en Argentina se conmemoraba el 50 aniversario de la muerte de Eva Perón, la santa patrona de los descamisados y del empleo para todos, se anunció la peor tasa de desempleo en la historia del país, 24%. Cuatro años de recesión y la devaluación del peso han presenciado la caída de Argentina a un verdadero infierno económico.

Sólo un jefe de familia (la tercera parte de la población) puede solicitar ayuda mensual del gobierno equivalente a 1.30 dólares diarios. Esta cantidad no puede empezar siquiera a cubrir las necesidades básicas. Más de 19 millones de personas, el 53% de la población, viven en la pobreza. La clase media sigue aferrándose a la esperanza de poder rescatar sus ahorros, pero es poco probable que esos fondos, que en estos momentos están congelados en los bancos del país, lleguen a estar disponibles para alguien.

Bajo el gobierno del presidente Carlos Menem, que eliminó la inflación del país y abrió la economía al mundo, Argentina se convirtió en la consentida de los inversionistas y las instituciones internacionales. Después de medio siglo de estancamiento. Menem lucía bien.

No obstante, Argentina, una sociedad que históricamente ha carecido de los medios para defenderse del autoritarismo, ha sido desde hace mucho la víctima complaciente del populismo y los gobernantes autocráticos. Por ello no fue difícil convencer a esa nación de que el "menemismo" era el precio que había que pagar para convertirse en miembro del "primer mundo".

Las compras compulsivas de los ricos y famosos se hicieron sinónimo de la aprobación popular a la corrupción, la impunidad y la frivolidad que rodeaban a los compinches de Menem, y a su venta de los bienes del Estado. El tejido social del país, ya de por sí delicado, se acabó de deshilar. A final de cuentas, las compras compulsivas no pudieron mantener a raya a la realidad.

Después de que Menem entregara la banda presidencial a Fernando de la Rúa, Argentina se comenzó a deshacer: el presidente de la Rúa renunció a su cargo mucho antes del final de su periodo. Cuatro jefes de Estado provisionales después, Eduardo Duhalde, senador y poderoso cabecilla peronista, está intentando mantener al país a flote.

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A las tres ramas de gobierno constitucionalmente establecidas (ejecutivo, legislativo y judicial) se les ha agregado un cuarto poder: los gobernadores provinciales, los "hombres del peronismo". Decididos a seguir actuando como siempre lo han hecho, sin importar lo que pase, los gobernadores prestan oídos sordos al FMI y se resisten a instituir las reformas fiscales. Muchos tienen la mira puesta en la presidencia.

Los verdaderos detentadores del poder interno, los gobernadores deben sus largos mandatos a la generosidad con la que reparten cargos gubernamentales. A veces encantadores, a veces excéntricos, y frecuentemente comportándose como bandidos, estos cabecillas provinciales comparten varias características: altos niveles de pobreza en sus provincias, estilos de vida cómodos para ellos mismos y un desdén por las instituciones democráticas.

Su mal gobierno ha convertido a Argentina en una especie de paria global. Gracias a ellos, no pagaremos nuestras deudas ni reformaremos el sistema financiero. La pobreza crece y el indeciso gobierno peronista (incluyendo a los gobernadores) inspira poca confianza. Argentina no puede esperar llegar a un arreglo con el FMI mientras esos funcionarios conserven lo que prácticamente es un veto.

El llamado a elecciones programadas para marzo del año que viene, aunque exigido por la mayoría de los argentinos, no ha logrado calmar el nerviosismo. Todo el mundo sabe que, sin una verdadera oposición al gobierno actual, el candidato presidencial saldrá del peronismo dividido y fragmentado de hoy en día.

No obstante, el último vestigio que queda del gobierno de Perón se encuentra en los peores hábitos de sus herederos, quienes, a la menor provocación, demuestran su propensión al autoritarismo, la demagogia y una mentalidad siempre favorable a la corrupción. En efecto, el peronismo de hoy, conocido oficialmente como "Partido Justicialista", une a los individuos solamente en el deseo de perpetuar su poder. Todo lo que hacen gira en torno a eso, incluyendo el odio entre Menem y Duhalde.

En noviembre, el partido sostendrá discusiones internas abiertas, ocasión que aumentará la competencia entre los gobernadores. Sus diferencias son ligeras. Existe el "feudalismo progresivo" del gobernador de la despoblada provincia de Santa Cruz en la Patagonia; el "populismo feudal" de Adolfo Rodríguez Sáa, quien por un breve lapso fue presidente durante la saga de renuncias presidenciales sucesivas de diciembre pasado. Rodríguez Sáa fue también gobernador de San Luis, donde gobernó con mano despótica durante 19 años (reinado que aguantaron los pobres porque también los sobornaba).

También está el "liberalismo" de José Manuel de la Sota, quien dirigió la endeudada provincia de Córdoba y quien es el delfín del presidente Eduardo Duhalde. Por último, proyectando una larga sombra sobre todas las cosas, está Menem. Aunque acosado por denuncias criminales y el descubrimiento de una cuenta a su nombre en un banco suizo, está intentando dejar atrás los escándalos para recuperar la presidencia.

Un periódico ha llamado a esas luchas políticas internas "la carnicería peronista". La primera víctima fue Carlos Reuteman, el expatrocinador de las carreras de Fórmula 1, quien es actualmente gobernador de Santa Fe. El gusto ante esta posibilidad no le duró mucho a Reuteman, el primer delfín ungido del presidente Duhalde. Renunció a postularse y su discurso de despedida hizo recordar la "guerra sucia" y los "desaparecidos" de Argentina: "He visto algo sobre lo que no puedo hablar y tal vez nunca podré".

Los argentinos están condenados a soportar horas miserables consumiéndose en el caos económico y político. La gente en la calle teme cada vez más que nunca podrán emitir su voto o hacer oír su voz.

https://prosyn.org/EmgCJIoes