La enfermedad del demócrata

BUCAREST: “París,” exclamó el rey protestante Enrique de Navarra antes de ascender al trono de la Francia Católica, “bien vale una misa.” ¿Acaso la membresía en la UE bien vale la vida de los partidos democráticos de Rumania, de su incipiente democracia? Esa pregunta estará en los labios de muchos de los reformadores y demócratas rumanos cuando asistan a las urnas la próxima semana para las elecciones generales y presidenciales.

La Baronesa Emma Nicholson, enviada especial del Parlamento Europeo a Rumania, ha advertido que a menos que el próximo gobierno rumano acelere el ritmo de las reformas –especialmente la privatización de las grandes empresas paraestatales—las esperanzas de formar parte de la UE se vendrán abajo. Sin embargo, nuestro gobierno de centro-derecha es enormemente impopular precisamente porque intentó cumplir con las exigencias de la UE. Esta falta de popularidad abrió las puertas para el regreso a la presidencia de Ion Iliescu, el aparatchik de la era Ceausescu que gobernó a Rumania durante esos primeros años desperdiciados de nuestra transición poscomunista. El primer periodo de Iliescu fue una época con múltiples plagas: las reformas se atrasaban con respecto a la mayoría de los países de Europa Central, la corrupción florecía, la fanaticada nacionalista daba de gritos, el gobierno recurría a rufianes leales a él provenientes de las minas para golpear a quienes protestaban. Hace cuatro años, en medio de una oleada de esperanza, una coalición de centro-derecha y un nuevo presidente “democrático” –Emil Constantinescu- llegaron al poder, derrotando sorpresivamente a Iliescu y su partido.

El gobierno de Constantinescu prometió cerrar la brecha entre Runmania y otros países poscomunistas que estaban solicitando su admisión a la UE. Prometió limpiar la corrupción y nuestros bancos. Creyendo en las ofertas de apoyo de Jacques Chirac, prometió que Rumania sería miembro de la OTAN. Prometió que para el año 2000, el pueblo estaría mejor. Nada de lo anterior ha sucedido y los rumanos se sienten traicionados. Están dispuestos, ahora, a escuchar el canto de la sirena de Iliescu en el sentido de que sólo se puede alcanzar el futuro mediante una vuelta al pasado. ¿Tendrán razón? ¿Acaso la presidencia de Constantinescu fue un fracaso total?

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