Los acólitos del terror de Pervez Musharraf

Después de que el despido mal aconsejado del jefe del Tribunal Supremo de Pakistán encendiera una tormenta de protestas públicas, el presidente general Pervez Musharraf puede estar confiando en que los fanáticos islámicos creen caos en la capital del país, Islamabad. Muchos sospechan que un baño de sangre orquestado, que conduzca a una intervención armada y a la declaración de una emergencia nacional, pueda servir como pretexto para posponer las elecciones de octubre de 2007. Esto podría permitirle al régimen dictatorial de Musharraf entrar en un octavo año de gobierno - y tal vez más allá.

Esta estrategia perversa suena casi increíble. Musharraf, a quien el presidente George W. Bush describe como su “amigo” y que apoya una versión “moderada iluminada” del Islam, considera que los dos intentos cercanos de asesinarlo por parte de extremistas religiosos es una medalla de honor. Pero su confianza secreta en la carta talibán –carta que, según se lo acusa, viene jugando desde hace años - aumenta a medida que su autoridad se debilita.

Las señales de un caos orquestado por el gobierno abundan. En el corazón de Islamabad, grupos vigilantes de una mezquita financiada por el gobierno, Lal Masjid, merodean las calles y los bazaares imponiendo moralidad islámica y aterrorizando a los ciudadanos en la cara de la policía. Abiertamente simpatizantes de los talibán y los militantes que luchan contra el ejército paquistaní, los dos hermanos clérigos que dirigen Lal Masjid, Maulana Abdul Aziz y Maulana Abdur Rashid Ghazi, congregaron a su alrededor a un núcleo de organizaciones militantes prohibidas. Estas incluyen a Jaish-e Muhammad, considerada la pionera de los atentados suicidas en la región.

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