Two young girls seen taking selfies during the feminist demonstration Paco Freire/SOPA Images/LightRocket via Getty Images

El totalitarismo liberal

LISBOA – Uno de los axiomas del liberalismo era que la libertad es sinónimo de autoposesión inalienable. Cada uno era propiedad de sí mismo; podía arrendarse a un empleador por un tiempo limitado, y por un precio mutuamente acordado, pero el derecho de propiedad sobre uno mismo no se podía comprar ni vender. A lo largo de los dos últimos siglos, esta perspectiva individualista liberal legitimó el capitalismo como un sistema “natural” poblado por agentes libres.

La capacidad de delimitar una parte de la propia vida y mantener dentro de esos límites la soberanía y el autocontrol era fundamental para la concepción liberal del agente libre y de su relación con la esfera pública. Para ejercer la libertad, los individuos necesitaban un refugio seguro dentro del cual desarrollarse como auténticas personas antes de relacionarse (y comerciar) con otros. Una vez constituida, la propia persona se realzaría por medio del comercio y la industria: redes de colaboración tendidas entre nuestros refugios personales, construidas y modificadas para satisfacer nuestras necesidades materiales y espirituales.

Pero la línea divisoria entre la persona y el mundo externo, en la que el individualismo liberal basó sus conceptos de autonomía, autoposesión y, en definitiva, libertad, no pudo mantenerse. La primera ruptura apareció conforme los productos industriales quedaron anticuados y fueron reemplazados por marcas que capturaban la atención, la admiración y el deseo del público. Antes de que transcurriera mucho tiempo, el branding ya había dado un nuevo giro radical, al impartir “personalidad” a los objetos.

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