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Los eslabones más débiles en la lucha contra la COVID‑19

SINGAPUR – Ningún sistema sanitario del mundo tiene capacidad de emergencia para enfrentar un pico de decenas de miles de pacientes en pocas semanas, como los que genera la pandemia de COVID‑19. Si a esto se le suma el hecho de que alrededor de una de cada siete personas a las que se les diagnostique el virus necesitará hospitalización y de que alrededor de una de cada veinte necesitará ventilación mecánica, se tiene una receta para la sobrecarga sistémica y el colapso.

Si a los países desarrollados con sistemas sanitarios eficientes les cuesta organizar una respuesta eficaz a la COVID‑19, ¿qué esperanzas hay para otros sistemas mucho más débiles? Al fin y al cabo, los países pobres suelen carecer de tecnología, personal capacitado y recursos para hallar a las personas infectadas con el virus, aislarlas en establecimientos adecuados para minimizar la transmisión posterior y tratarlas en forma adecuada para minimizar la morbilidad y la mortalidad.

También es común que estos países tengan menos capacidad de implementar respuestas epidemiológicas estándar (como el rastreo de contactos) y para obtener y garantizar un suministro estable de equipos de protección personal (EPP) para los trabajadores sanitarios en la primera línea. Es verdad que regímenes más autoritarios (y algunos países pobres sin duda lo son) tal vez puedan imponer formas más estrictas de distanciamiento social obligatorio. Pero quizá no sean tan capaces de mitigar las consecuencias negativas de esas medidas, especialmente para los grupos socioeconómicamente desfavorecidos.

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