

Fifteen years after the collapse of the US investment bank Lehman Brothers triggered a devastating global financial crisis, the banking system is in trouble again. Central bankers and financial regulators each seem to bear some of the blame for the recent tumult, but there is significant disagreement over how much – and what, if anything, can be done to avoid a deeper crisis.
LONDRES – Este mes, los líderes del G7 se reunirán en Alemania para discutir una letanía de crisis globales superpuestas, entre ellas la guerra en Ucrania, la inseguridad alimentaria, la inflación, las cadenas de suministro globales atascadas, la respuesta a la pandemia y el cambio climático. Estos desafíos tienen un denominador común: todos están afectando con más crudeza a los países de bajos y medianos ingresos que ya enfrentan una crisis de deuda en aumento.
Cuando el COVID-19 llegó hace dos años y medio, casi el 60% de los países más pobres ya estaban inmersos en una crisis de deuda, o corrían un alto riesgo de experimentarla. Desde entonces, la pandemia ha llevado el endeudamiento total de este grupo a un pico de 50 años, haciendo que más de dos docenas de países corrieran un alto riesgo de default en 2022 (de hecho, Sri Lanka se convirtió en la primera víctima el mes pasado).
La mayoría de estos países todavía luchan por recuperarse de la pandemia y ahora un tsunami de shocks negativos amenaza aún más sus perspectivas. Además del incremento de los precios de materias primas como la energía, el trigo y los fertilizantes, las alzas de las tasas de interés en Estados Unidos y otras economías importantes están haciendo subir los costos de endeudamiento a nivel global.
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