BERLÍN – Como alguna vez observó Winston Churchill, mucha gente que “tropieza con la verdad” se “levantará y se apresurará a irse como si nada hubiera pasado”. Pero en el caso del COVID-19, el mundo se ha enfrentado a hechos desagradables que son imposibles de ignorar. Al igual que la crisis financiera de 2008 y la crisis de refugiados de 2015 en Europa, la pandemia ha expuesto visiblemente una profunda vulnerabilidad a las amenazas sistémicas.
La función primordial del estado –el significado mismo de soberanía- es proteger a sus ciudadanos de manera adecuada contra el riesgo existencial. Sin embargo, la globalización parece haber minado la capacidad del estado moderno de lidiar con escenarios de baja probabilidad y alto impacto. De la misma manera que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos obligaron a la gente a repensar la seguridad, la crisis del COVID-19 nos obliga a mirar con nuevos ojos el modo en que manejamos la interdependencia.
Resulta tentador preguntar si esta crisis se resolverá de manera más efectiva apelando al nacionalismo o a través de una coordinación internacional. Pero ésa es la pregunta equivocada. La verdadera cuestión es si la interdependencia puede ser compatible con la existencia continua del estado-nación y complementarlo. En el contexto político de hoy, las disertaciones sobre la necesidad de mantener mercados y fronteras abiertos simplemente no son suficientes. Apenas se reconoció que el coronavirus era una amenaza global, el primer instinto de la mayoría de los líderes nacionales fue cerrar sus fronteras. Las llamadas para una coordinación internacional a través del G20 fueron una idea tardía.
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While China was an early mover in regulating generative AI, it is also highly supportive of the technology and the companies developing it. Chinese AI firms might even have a competitive advantage over their American and European counterparts, which are facing strong regulatory headwinds and proliferating legal challenges.
thinks the rules governing generative artificial intelligence give domestic firms a competitive advantage.
After years in the political wilderness, the UK Labour Party is now far ahead in opinion polls, with sensible plans for improving the country's economic performance. But to translate promises into results, any future government will have to do something about the elephant in the room: chronic under-investment.
explains what it will take for any political party to restore hope in the country's long-term economic future.
BERLÍN – Como alguna vez observó Winston Churchill, mucha gente que “tropieza con la verdad” se “levantará y se apresurará a irse como si nada hubiera pasado”. Pero en el caso del COVID-19, el mundo se ha enfrentado a hechos desagradables que son imposibles de ignorar. Al igual que la crisis financiera de 2008 y la crisis de refugiados de 2015 en Europa, la pandemia ha expuesto visiblemente una profunda vulnerabilidad a las amenazas sistémicas.
La función primordial del estado –el significado mismo de soberanía- es proteger a sus ciudadanos de manera adecuada contra el riesgo existencial. Sin embargo, la globalización parece haber minado la capacidad del estado moderno de lidiar con escenarios de baja probabilidad y alto impacto. De la misma manera que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos obligaron a la gente a repensar la seguridad, la crisis del COVID-19 nos obliga a mirar con nuevos ojos el modo en que manejamos la interdependencia.
Resulta tentador preguntar si esta crisis se resolverá de manera más efectiva apelando al nacionalismo o a través de una coordinación internacional. Pero ésa es la pregunta equivocada. La verdadera cuestión es si la interdependencia puede ser compatible con la existencia continua del estado-nación y complementarlo. En el contexto político de hoy, las disertaciones sobre la necesidad de mantener mercados y fronteras abiertos simplemente no son suficientes. Apenas se reconoció que el coronavirus era una amenaza global, el primer instinto de la mayoría de los líderes nacionales fue cerrar sus fronteras. Las llamadas para una coordinación internacional a través del G20 fueron una idea tardía.
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