Medalla de oro para Putin en la categoría “guerra”

LONDRES.- ¿Qué significa realmente “la guerra olímpica”, mejor conocida como la invasión rusa de Georgia? La guerra misma, por supuesto, era previsible y ya se había previsto. Sus resultados son igualmente claros.

En primer lugar, el Primer Ministro Vladimir Putin sigue teniendo inequívocamente el poder en Moscú. Puede ser que juegue al policía bueno y al policía malo con el Presidente Dmitri Medvedev. Sin embargo, el policía malo, Putin, es el que realmente manda.

En segundo lugar, Putin no soporta al Presidente de Georgia, Mikheil Saakashvili, que, hay que reconocer, no es monedita de oro. El ruso pensaba que Saakashvili se había salido de control. Le permitió dar un paso de más y ahora le ha dejado sentir a él y a su pobre país todo su poder.

En tercer lugar, durante años Rusia ha estado provocando conflictos en Osetia del Sur y Abjazia. Moscú quiere mantener débil a Georgia. Hace lo mismo en Transnistria para socavar a Moldova. Si un tercero hubiera empleado las mismas tácticas en Chechenia los rusos hubieran estallado de ira, y con razón.

En cuarto lugar, los líderes rusos actuales, al igual que los zares del siglo XIX, quieren tener una esfera de influencia alrededor de sus fronteras. Para ellos, los países que alguna vez fueron parte del imperio ruso en la Unión Soviética deberían tener sólo una soberanía limitada. El mensaje que se transmite desde Georgia a Ucrania y las repúblicas de Asia Central se escucha con claridad.

En particular, Rusia ha estado en contra de que sus vecinos ingresen a la OTAN. Los rusos se preguntan ¿en contra de quién está la OTAN? ¿Cuál es el frente de la OTAN? ¿Somos realmente los rusos el enemigo? Si es así, ¿cómo debemos reaccionar? Las acciones de Rusia han tenido el efecto contrario al planeado porque la invasión de Georgia le ha dado razones de peso a la OTAN para ampliarse.

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En quinto lugar, la misma Georgia es un vínculo importante entre los recursos energéticos del Mar Caspio y los europeos que no quieren depender totalmente de los oleoductos controlados por Rusia. En efecto, Georgia es el cuello de botella de la política rusa que ha utilizado en reiteradas ocasiones el gas y el petróleo como armas estratégicas de política exterior. La Agencia Sueca de Investigación para la Defensa informó que de los 55 casos de interrupción deliberada del suministro de gas, amenazas explícitas o acciones coercitivas por medio de los precios que Rusia ha llevado a cabo desde 1991, solamente 11 no tuvieron motivaciones políticas.

Los Estados Unidos han reaccionado con firmeza –al menos verbalmente—ante los ataques de Rusia contra su vecino, en los que el ejército ruso entró primero y preparó el terreno para que las milicias no oficiales de Osetia del Sur, respaldadas por Rusia, pudieran saquear y quemar con seguridad propiedades en Georgia. Pero los Estados Unidos no están en una posición firme que les permita ir más lejos. Su autoridad moral ha resultado dañada durante los años de Bush y no pueden enviar más tropas para defender la soberanía de Georgia; e incluso si pudieran, hacerlo empeoraría la crisis. La posición de Estados Unidos se ve debilitada más en ausencia de una respuesta firme y unificada de Europa. Pero eso no sucederá.

Rusia sabe que cuando se trata de ejercer una política exterior y de seguridad seria, Europa se queda en el discurso. Rusia ha manipulado durante años a Europa en lo relativo a la energía, estableciendo acuerdos bilaterales con los países más grandes y oponiéndose a los esfuerzos para crear una política europea de energía común.

Ciertamente Europa necesita el gas ruso. Sin embargo, Rusia necesita a los consumidores europeos, y tarde o temprano requerirá más inversiones europeas para la exploración y extracción energéticas.

Ningún europeo inteligente quiere revivir la Guerra Fría. Sin embargo, la Unión Europea no es quien está provocando. Ni Alemania, ni Francia o Italia están invadiendo a sus vecinos.

Nosotros los europeos parecemos haber olvidado nuestra historia. Ha habido otras épocas en las que nos mantuvimos al margen mientras una potencia militar europea insistía en que tenía el derecho de intervenir donde le pareciera para proteger los intereses de quienes afirmaban compartir una etnia, desde el Báltico hasta el Cáucaso.

El  Presidente francés, Nicolás Sarkozy, sostiene que ha llevado la paz a Georgia. No obstante, todo parece indicar que con el acuerdo que puso fin a los combates las tropas rusas permanecerán en ese país truncado durante años.

Entonces, ¿qué hará Europa exactamente? Tal vez en un principio los europeos deban ser cautos. Pero dudo que alguna vez se recurra a algo más duro que los comunicados severos.

¿Dejaremos de hablar sobre nuestros supuestos valores compartidos con Rusia? ¿Haremos una pausa en las discusiones sobre cómo integrar plenamente a Rusia en la comunidad internacional? ¿Interrumpiremos algunos de nuestros contactos con ese país, reconsideraremos su membresía en el G8 o demoraremos su ingreso a la OMC y la OCDE? ¿Dejaremos de lado por el momento las negociaciones sobre un acuerdo de asociación y cooperación entre la UE y Rusia?

Sospecho que la respuesta a cada una de esas preguntas es un firme “no”. Las cosas seguirán casi igual que antes mientras los europeos se preparan alegremente en los próximos años para los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi, a unos kilómetros de donde se encuentran los tanques y misiles rusos en territorio de Georgia. Mientras tanto, los europeos seguirán hablando sobre su papel crucial en las relaciones internacionales.

Ni siquiera los más cínicos lo pueden creer. El enfoque de Europa es débil y causará mayores problemas en el futuro. De esta forma, Putin gana la medalla de oro en su deporte favorito: atemorizar a sus vecinos pequeños.

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