Las guerras antioligárquicas

No estoy en posición de adoptar una actitud desapasionada acerca de la guerra del Presidente Vladimir Putin contra los “oligarcas” de Rusia, tanto hombres como mujeres (sí, hay algunas, siendo la más prominente de ellas la esposa del alcalde de Moscú Yuri Luzhov). Cómo podría estarlo, si normalmente se me considera uno de ellos. Sin embargo, no deja de ser valiosa una perspectiva desde dentro, ya que sólo ellos saben lo que se está haciendo tras bambalinas.

Puesto que he sido blanco de esa “guerra”, puedo hablar de ella en términos muy concretos. Ya que fui obligado a abandonar Rusia para defenderme de Putin y el Kremlin desde mi exilio en Inglaterra, sé cómo todo el poder represivo de un estado puede descargarse sobre un solo hombre. Algo así no puede ocurrir en una democracia occidental. Después de todo, ¿puede alguien imaginar todo el estado francés –la policía, los servicios de seguridad, el ejército, la burocracia- coordinados entre si para asegurar el encarcelamiento de un individuo específico? Es inimaginable, excepto en Rusia.

Durante años, toda la fuerza del estado ruso ha trabajado sin descanso para asegurar mi extradición de vuelta a Rusia, con el fin de retratarme como un criminal. Me tomó 3 años ganar en una corte de Londres, una sentencia que afortunadamente no ha sido apelada en Rusia. De modo que al menos algunos en el Kremlin se dan cuenta de que no todas las cortes están obligadas a actuar según el capricho de los que están en el poder.

En esa corte londinense pude probar que era acusado por razones puramente políticas. El gobierno británico determinó que se me daría el estatus de exiliado acá en Inglaterra.

La lucha contra los oligarcas no es contra un individuo aislado o la riqueza mal habida, como se afirma a veces. Es una guerra contra las personas independientes y que tienen los medios para ponerse de pie y ser tomadas en cuenta. Esta lucha comenzó con las elecciones parlamentarias de 2003, cuando los políticos independientes fueron marcados sistemáticamente. Puedo no estar de acuerdo con el liberal Grigory Yavlinsky y su Partido Yabloko, o con Anatoly Chubais (que sigue sirviendo a Rusia a la cabeza de la compañía eléctrica nacional), pero ambos enfrentaron obstáculos insuperables para obtener bancas en la Duma.

Se los dejó fuera del parlamento porque, en verdad, representan más que sus intereses personales: son la voz de la gente que sinceramente desea defender la idea de una “Rusia liberal”, es decir, una Rusia libre y democrática. En lo esencial, fueron destruidos políticamente: amedrentados, despedidos de varios empleos, obligados a abandonar el país.

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De entre quienes acusan a los oligarcas, no he conocido a uno solo que no desee convertirse en uno. De hecho, todos en la tan apreciada camarilla de la KGB del Presidente Putin, que se supone son hombres ascéticos y espartanos, parecen estar acompañando sus empleos en el gobierno con lucrativos cargos en las empresas de propiedad del estado. El infame Igor Sechin, el Cardenal Richelieu del Kremlin de Putin, de alguna manera también se las arregla para ser presidente de Rosneft, la gran compañía petrolera estatal. De modo que hay algo más que un aire de hipocresía en las campañas antioligárquicas de Putin.

Lo que marcó el sino de los oligarcas rusos fueron dos cosas. Primero, podían prever el futuro más que otros. De modo que cuando todos pensaban que Rusia estaba a punto de convertirse en una economía de mercado, ellos ya habían visto que el giro ya había ocurrido y, por ende, estaban muy adelante en el juego. La segunda condición es que, habiendo establecido rápidamente sus compañías, tenían la voluntad de involucrarse en política en momentos críticos y defender tenazmente el sistema político que sentían que era necesario para que el capitalismo sobreviviese en Rusia. La reelección de Boris Yeltsin en 1996 fue uno de esos momentos.

Lamentablemente, en cierto momento algunos oligarcas comenzaron a dar explicaciones. Mikhail Jodorkovsky, hoy en prisión y ex jefe de Yukos Oil, por ejemplo, comenzó a arrepentirse públicamente de sus acciones para complacer al Kremlin. Aunque odio criticar a un hombre que está en la cárcel injustamente, siento que su ejemplo muestra que la mayoría de los oligarcas carecían de la fuerza necesaria para defender el sistema político en que creían. Empezaron a reñir entre si y cayeron en una trampa.

¿Y cuál era la trampa? La falsa frase de que el capital y el poder deben estar separados. No obstante, en las verdaderas democracias no existe ese muro divisor. El dinero tiene acceso al poder del mismo modo que cualquier otra parte de la sociedad. De hecho, las personas ricas y las empresas compiten entre si y con otros grupos de intereses.

Una acción política de este tipo crea una riqueza responsable. Pues sólo de este modo la gran riqueza puede convertirse en una parte sana y orgánica de la economía política y social. De modo que si Putin gana su guerra a los oligarcas, será una victoria pírrica: la riqueza se verá intimidada y se convertirá apenas en una criatura y un juguete del poder.

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