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El acuerdo vacío entre Arabia Saudí e Irán

WASHINGTON, DC – El recién anunciado acuerdo de reanudación de las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí, en el que China hizo de intermediaria, es la última señal de que este país está ejercitando sus músculos en el mundo de la diplomacia internacional. Algunos lo ven como una prueba más del menguante poder e influencia de EE.UU. y de su fatiga en Oriente Medio. De hecho, el acuerdo es menos un signo del letargo estadounidense que un reflejo de circunstancias regionales excepcionales.

De manera más fundamental, el acuerdo no es el hito en que se lo ha querido convertir. Arabia Saudí e Irán son enconados adversarios con una historia de enemistad y desconfianza de más un siglo. Resulta extremadamente improbable que, de la noche a la mañana, se vuelvan amigos como si nada.

Algunos analistas ven el trato como un testimonio de la política de China de no interferencia en los asuntos internos de otros países, en línea con el enmarque que los propios chinos hicieron de la noticia. Pero, si bien es verdad que EE.UU. nunca habría podido mediar entre saudíes e iraníes, puesto que por años ha intentado aislar a Irán mediante sanciones, esta realidad también les da un potente incentivo para aprovechar cualquier oportunidad de herir a los estadounidenses. Si pueden reforzar las credenciales diplomáticas de China y dar a los expertos forraje con el que menoscabar a EE.UU., ciertamente lo harán.

Por su parte, Arabia Saudí había sido un pilar de la política estadounidense en Oriente Medio desde que los británicos anunciaron el retiro de sus fuerzas estacionadas en el Golfo Pérsico en 1968. Pero la cosa se complicó cuando el Príncipe de la Corona Mohammed bin Salman (MBS) tomó las riendas del poder del Reino. Su modo de enfocar la relación con los estadounidenses ha consistido en acomodarse a republicanos como Donald Trump y hacerle la vida difícil a demócratas como Joe Biden.

Este recelo hacia los demócratas se remonta a 2015, cuando el Presidente estadounidense Barack Obama dio luz verde a un acuerdo nuclear con Irán sin consultarlo antes con los saudíes. Tras ello dio a entender que Arabia Saudí es un país “oportunista”, y argumentó que la situación del Golfo Pérsico “exige que digamos a nuestros amigos, y también a los iraníes, que tienen que encontrar una manera efectiva de convivir en la región”. Claramente, estos comentarios irritaron a los saudíes, motivando al ex embajador del Reino en los Estados Unidos a escribir una columna de opinión que enumeraba todas las contribuciones que su país había hecho a la seguridad nacional estadounidense.

Es bien conocido el desdén de MBS hacia Biden (que previamente lo enfrentó acerca del asesinato del periodista saudí Yamal Jashogyi) y que mantiene vínculos cercanos con el entorno de Trump, no en menor medida con su hijo Jared Kushner. En consecuencia, por razones tanto personales como políticas, MBS se siente motivado a humillar y socavar la administración Biden cada vez que puede.

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Pero está poco claro por cuánto tiempo MBS podrá jactarse de esta victoria. El nuevo acuerdo no es comparable con los Acuerdos de Camp David (que pusieron fin en la práctica a la guerra entre los estados árabes e Israel), ni incluso a los Acuerdos de Abraham (que establecieron relaciones diplomáticas entre Israel y los países árabes que nunca se unieron a una guerra contra él). Más bien, el texto del acuerdo promete poco más que una reanudación de las relaciones diplomáticas normales. Es menos oro que brillantina. Sin pasos más concretos hacia una reconciliación, respaldados por garantías y supervisión externas, el acuerdo intermediado por los chinos puede acabar representando simplemente una pausa antes de la próxima fase de tensiones bilaterales.

Después de todo, piénsese en lo pésimas que han sido las relaciones de ambos países tras su independencia. Irán cortó relaciones con el Reino en 1944, después de que los saudíes ejecutaran a un peregrino iraní que profanó por accidente una roca en el santuario más sagrado del islam. Se reconciliaron en 1966, pero en 1988 los saudíes rompieron relaciones diplomáticas tras las manifestaciones políticas iraníes durante la peregrinación a La Meca del año anterior que dejaron al menos 402 muertos. Las relaciones se reanudaron en 1991, antes de suspenderse nuevamente en 2016, cuando Arabia Saudí decapitó a un clérigo chií, lo que provocó que su embajada en Teherán fuera atacada por manifestantes.

La mayoría de estas reconciliaciones estuvieron motivadas por fuerzas regionales y globales mayores. Por ejemplo, en 1966 la retórica secular panarabista del Presidente egipcio Gamal Abdel Nasser empujó a los saudíes a acercarse a sus colegas conservadores de Irán; y en 1991 ambos países temían al Presidente iraquí Saddam Hussein. En contraste, no existe hoy un ogro que amenace a los dos países.

Tal como está, el acuerdo es más análogo a un alto al fuego temporal que a los acuerdos duraderos árabe-israelitas intermediados por EE.UU. Por ejemplo, en 1969 Nasser gestionó un acuerdo entre El Líbano y la Organización de Liberación de Palestina, otorgándoles un área definida de operaciones contra Israel. Pero seis años más tarde, los palestinos estaban en guerra contra facciones cristianas libanesas. De manera similar, en febrero de 1994 el Rey Hussein de Jordania gestionó un trato entre líderes yemeníes enfrentados, pero para mayo de ese año, una facción se había escindido, causando una breve guerra civil.

Como aspirante a actor regional y a superpotencia mundial, China espera que su recién adquirida influencia diplomática refuerce su poderío militar. Pero el Golfo Pérsico sigue siendo un mar estadounidense. La Quinta Flota de la Armada de EE.UU. tiene su base en Bahréin y las operaciones militares regionales estadounidenses parten desde Qatar. A pesar de la hostilidad de MBS hacia Biden, Arabia Saudí todavía alberga 2700 tropas estadounidenses y no planea dar la bienvenida a contingentes chinos.

Estos países abrieron sus puertas a Estados Unidos no sólo porque deseen acceder a las armas avanzadas de fabricación estadounidense, sino porque tienen confianza en las garantías de seguridad que esa potencia les ofrece. En tanto y cuanto EE.UU. siga dándoles estas ventajas, China quedará descartada.

Algunos analistas piensan que MBS desea impulsar la política de Nasser de enfrentar a los Estados Unidos con su archirrival (los soviéticos entonces, hoy los chinos). Pero es más como la amante despechada de Rick Blaine en la película Casablanca, que lleva a un nazi al club de Blaine para darle celos, pero pronto opta por la Francia Libre después de que su cita y sus amigos intentan imponerle su voluntad. De manera similar, MBS -y sus sucesores- volverá a ponerse del lado de EE.UU. una vez los saudíes se den cuenta de que, en vez de aliviar sus miedos existenciales, aproximarse a China los dejará amarrados a sus vaivenes.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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