Cómo aprender de Estados Unidos

Mientras Estados Unidos se prepara para celebrar la ceremonia de asunción de su primer presidente afro-norteamericano, nuevamente exhibe uno de los mejores aspectos de su identidad nacional. Aunque llevó más de 200 años llegar a este punto, los observadores extranjeros, especialmente en Europa, se asombran ante la ascendencia de Barack Obama. Reconocen desde su propia marginación relativa de la gente de color o de los inmigrantes que no hay ningún Obama francés, alemán, italiano o británico en el horizonte, y se preguntan: ¿cómo lo hace Estados Unidos?

Estados Unidos, ciertamente, tiene sus defectos y sus luchas sobre la raza y la identidad nacional, pero también tiene mucho de qué estar orgulloso en términos de cómo asimila a quienes provienen de un entorno extranjero o minoritario. El ejemplo de Obama -y el de su gabinete recientemente nombrado, que incluye muchos líderes exitosos de "grupos marginados" étnicos o raciales- ofrece lecciones útiles para otras naciones, particularmente en Europa occidental.

Entonces, ¿qué es lo que Estados Unidos está haciendo bien?

Primero, la historia nacional de Estados Unidos es diferente, en esencia, de las de las naciones de Europa occidental. La historia francesa es una historia de identidad francesa; la historia británica, de identidad británica. Por definición, los recién llegados son "menos que" o están "fuera de" esta narrativa. Sin embargo, el drama nacional norteamericano es el drama de la inmigración: todos, excepto los norteamericanos nativos, vinieron de otra parte. Todos los que hoy forman parte de la elite nacional tienen ancestros que llegaron, muchas veces difamados y acosados, de otra parte.

De hecho, en Estados Unidos se celebran las cualidades que llevan a la gente a convertirse en inmigrantes -iniciativa, ambición, aceptación del riesgo-. Los inmigrantes son vistos como si llegaran de un viaje de reinvención continua, motivados para superar las oportunidades que tenían en sus países de origen. Por el contrario, los inmigrantes en Europa occidental fueron invitados a ocupar los empleos de bajo nivel, creando un incentivo congénito entre los nativos para verlos a ellos y a sus hijos como una clase servil, incapaz de integrar, mucho menos liderar, la sociedad más amplia. Es más, a diferencia de Estados Unidos, Europa occidental debe vivir con la consciencia intranquila agitada por inmigrantes cuya sola presencia sirve como recordatorio de una historia de colonialismo. En este sentido, la relación entre los norteamericanos nativos y los nuevos empieza siendo "más clara".

Segundo, los norteamericanos no exigen que los inmigrantes consideren que su contexto cultural o étnico está en contraste o se opone al carácter norteamericano. Todos logran integrarse. Por el contrario, cuando la identidad se presenta como una elección extrema, la gente no suele elegir la identidad del país anfitrión que está siendo tan inflexible.

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En consecuencia, Gran Bretaña, Francia y Holanda contienen subculturas profundamente atrincheradas de jóvenes musulmanes alienados y radicalizados. Pero, si bien ellos y otros musulmanes radicales en todo el mundo pueden odiar a los norteamericanos, es difícil imaginar una subcultura inmigrante más norteamericanizada y suburbanizada que los inmigrantes musulmanes en Estados Unidos. En lugar de escuchar a clérigos radicales, están ocupados asimilándose, enviando a sus hijos a la facultad de leyes y medicina, haciendo asados los fines de semana y yendo a los partidos de fútbol (americano)- al mismo tiempo que siguen manteniendo vínculos devotos con su religión y comunidad-. Eso no ha cambiado desde los atentados terroristas del 11 de septiembre, a pesar de la creciente hostilidad hacia los musulmanes norteamericanos entre los norteamericanos nativos, en base a la suposición de que no podrían asimilarse (una acusación muchas veces dirigida en el pasado a los judíos de diversos países).

En términos más generales, los norteamericanos invitan a los inmigrantes a combinar su cultura de origen con su nueva identidad norteamericana, mientras que los inmigrantes no ven ningún conflicto entre su etnicidad y religión y su adopción de Estados Unidos. Y, más importante aún cuando se trata de evaluar la facilidad de la integración en el tiempo, esperan plenamente que sus hijos  sean "norteamericanos" de manera total y sin indecisión -una promesa que, en general, se cumple fácilmente.

Qué diferentes son las cosas en Europa occidental. Tres generaciones después de que los indios occidentales empezaron a inmigrar en masa al Reino Unido, los ingleses de ascendencia caribeña todavía dudan de que sus hijos o nietos alguna vez sean considerados plenamente británicos. Los gastarbeiter turcos aún no son vistos, dos generaciones más tarde, como plenamente alemanes. Y el malestar de los hijos y nietos de inmigrante argelinos, marroquíes y de Africa occidental en los suburbios franceses confirma el fracaso de Francia a la hora de asimilar a su población inmigrante, a pesar de la retórica igualitaria oficial de la República.

Tercero, y quizá más importante, los norteamericanos separan la iglesia del Estado. Mientras exista una Iglesia de Inglaterra, si uno es judío, musulmán o chiíta, existe un nivel sutil en el que sencillamente no se sentirá del todo inglés. Pero como los Padres Fundadores de Estados Unidos -muchos de ellos descendían de gente que había escapado de la persecución religiosa oficial- garantizaban que nunca habría una religión sancionada por el estado, a ningún grupo religioso en Estados Unidos, no importa lo pequeño que sea, se lo hace sentir marginado.

Es por esta razón que a los norteamericanos no los alarman los símbolos visibles de religiones diferentes en ambientes públicos. Se supone que como la religión es una cuestión privada para todos, los símbolos religiosos personales son simplemente eso, personales. Una joven musulmana que usa un pañuelo en la cabeza en una escuela pública simplemente está usando un pañuelo en la cabeza, no está desafiando de manera provocativa un orden social hegemónico.

Cuarto, Estados Unidos está definido en términos de un conjunto de valores que todos pueden compartir, no como un linaje, una historia específica o un área geográfica. Los niños inmigrantes que van a escuelas norteamericanas aprenden que Estados Unidos -idealmente- tiene que ver con la libertad, la aspiración y la tolerancia. La historia que aprenden sobre su nuevo hogar ilustra cómo Estados Unidos cumple (o no cumple) estos ideales, mientras que un niño inmigrante en una escuela en Europa aprende menos sobre ideales y más sobre un linaje monárquico, un conjunto de episodios históricos y una lista de nombres de "grandes hombres".

Si Europa occidental siguiera el ejemplo de Estados Unidos, sería más pacífica dentro de sus propias fronteras, y más capaz de usar los talentos y liderazgo de sus turcos, argelinos, caribeños y otros inmigrantes. Sólo entonces veríamos un Obama británico, francés, holandés o alemán.

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