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Los límites de la ofensiva de seducción de China

BRUSELAS – Para muchas personas en Occidente, China parece haber pasado de un país que “mantiene la cabeza fría y un perfil un bajo”, según las palabras de Deng Xiaoping, a uno que  gusta de crear disputas internacionales. Encarcelar durante diez años a un ejecutivo minero australiano, echar a Google, mantener alejada a la Unión Europea para un importante diálogo y permitir que un funcionario de medio rango reprendiera al presidente estadounidense, Barack Obama, en la cumbre de Copenhague sobre el clima, no es, después de todo, la mejor forma de convencer a los socios de que se tienen intenciones constructivas.

Tampoco tranquiliza recordar que hasta ahora China ha estado obstinadamente diluyendo las sanciones a Irán, invirtiendo en importantes sistemas militares ofensivos y ridiculizando con regaños a los líderes occidentales debido a políticas financieras irresponsables y el proteccionismo. No obstante, el objetivo de recitar esta letanía no es para poner en relieve la conducta caprichosa de China sino para demostrar el dilema en el que se encuentra el país: si actúa como una potencia “normal” el mundo olvidará los cientos de millones de personas que todavía tiene que sacar de la pobreza.

Los dirigentes chinos parecen estar conscientes de este dilema y en realidad no están dispuestos a ser arrastrados a una feroz competencia con Occidente o sus vecinos. Durante el reciente Congreso Popular Nacional, el premier chino, Wen Jiabao, recalcó que su país no debería dar golpes que no corresponden a su peso  y que la República Popular todavía necesita estabilidad si quiere convertirse en una sociedad que ofrezca una vida digna a todos sus ciudadanos.

Consciente de ello, China ha redoblado sus esfuerzos para mejorar las relaciones. La visita del presidente Hu Jintao a Washington fue un claro intento de aliviar las tensiones con los Estados Unidos por las ventas de armas estadounidenses a Taiwán, el tipo de cambio del renminbi y la reunión de Obama con el Dalai Lama. Probablemente China tendrá que hacer todo lo posible para fomentar una actitud más positiva hacia las docenas de líderes europeos que visitan este año la Expo Mundial en Shangai.

En un menor nivel, también, China ha echado a andar una impresionante ofensiva de seducción. La emisora estatal, CCTV, pondrá en marcha un programa mundial para explicar la postura china sobre temas internacionales. En Bruselas y en Washington se tiene la impresión de que los diplomáticos chinos actuales tienen como misión conocer y encantar a todos. No pasa una semana sin que el Embajador chino de un elocuente discurso para diferentes audiencias.

En efecto, en Bruselas se organizan eventos para los miembros del Parlamento Europeo, la comunidad empresarial e incluso los estudiantes de bachillerato. Los diplomáticos chinos ahora mantienen relaciones más estrechas con agencias de expertos que sus contrapartes europeas hacen, y son elogiados por su contribución constructiva al debate público.

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Sin embargo, la seducción no compensará la falta de progreso a nivel oficial. Es improbable que engatusando a las elites occidentales se mitigue la profunda incertidumbre en los Estados Unidos y Europa sobre el ascenso de China. Además, el estancamiento económico en Occidente inevitablemente exacerbará la desconfianza frente a la potencia en ascenso a medida que disminuyan las ganancias relativas del comercio y surjan las políticas defensivas e incluso proteccionistas  –no importa lo sonriente que sea China con el mundo.

China necesita un diálogo estratégico, en particular con la UE. Esto no rescatará la alianza pero al menos podría ayudar a definir intereses comunes, identificar opciones de políticas y crear las condiciones para alcanzar los resultados.

Lo que debería guiar las políticas son los intereses y no la camaradería. Se pueden tener las cumbres de negocios más visibles, pero si las compañías occidentales no logran un mayor acceso al mercado chino o si se sienten amenazadas por empresas estatales fuertemente subsidiadas, las relaciones se seguirán deteriorando. Podemos crear una mesa redonda tras otra para discutir la importancia de nuestras relaciones con China, pero si los temas como Irán, África u otros puntos problemáticos no se manejan mejor, Occidente inevitablemente considerará a China una amenaza para la seguridad.

Cultivar grandes expectativas podría incluso ser peligroso. En el corto plazo, reducirá el sentido de emergencia entre los encargados del diseño de políticas en cuanto a la seriedad para convertir las ambiciones en hechos. A largo plazo, el desfase de expectativas hará más graves los inevitables reveses y los líderes políticos que lograron relaciones más estrechas podrían ser reemplazados por otros de línea dura.

La situación reventará si las cosas siguen así, dijo Otto von Bismarck en el siglo XIX. “Debemos hacer todo lo que podamos para mitigar los sentimientos negativos que se han producido debido a que hemos crecido hasta alcanzar la posición de una verdadera potencia. Para generar esta confianza, es necesario, sobre todo, ser honestos, abiertos y fáciles de conciliar en caso de haber fricciones.” No obstante, incluso el Canciller de Hierro de Alemania tuvo que ver como la desconfianza, el nacionalismo económico y el populismo empujaron a las potencias europeas a una espiral de guerras comerciales y rivalidad diplomática.

La historia ofrece muchos ejemplos de asociaciones que fueron prometedoras y que colapsaron en un clima de incertidumbre como para que China y Occidente den por garantizada su relación. Para China será difícil tener confianza si Europa y los Estados Unidos dudan de su propio futuro. Además, China seguirá siendo espinosa mientras tema el proteccionismo o a una nueva estrategia de contención.

Ninguna de las partes puede salir de esta disyuntiva únicamente con palabras. Si Beijing tiene intenciones de construir asociaciones estratégicas serias con Occidente, debería complementar su ofensiva de seducción con hechos y tomar la iniciativa en impulsar una cooperación más efectiva.

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