El dilema uygur de China

La participación del gobierno chino en la guerra contra el terrorismo que encabezan los Estados Unidos se basa en su temor real al terrorismo islámico, coordinado a nivel internacional, en China. El ministro de asuntos exterires chino ha acusado a organizaciones separatistas uygures, como el Centro de Información de Turquéstán Oriental y el Frente de Liberación Uygur, de ser las responsables de ataques que han ido desde un bombazo en el consulado chino en Estambul, en marzo de 1997, hasta otro bombazo en un autobús en Bejing. Ahora el gobierno chino busca apoyo internacional para sus medidas internas dirigidas en contra de los separatistas uygures, los cuales, afirma, tienen vínculos directos con los talibanes y con las organizaciones islámicas de bin Laden.

No obstante, ninguna de las organizaciones internacionales uygures que menciona el Ministerio de Asuntos Exteriores acepta la responsabilidad de esos actos violentos y, desde el 11 de septiembre, la mayoría de los centros de información en el extranjero han negado que apoyen cualqier tipo de violencia interna o internacional. Resulta interesante que, en su última entrevista televisada oficialmente, Osama bin Laden haya dado su apoyo a varias luchas de liberación islámica, y sin embargo no haya mencionado al movimiento de independencia uygur.

Los uygures entrenados por los talibanes han luchado en contra de la Alianza del Norte y participado de manera activa en la lucha musulmana de los chechenos en contra de la autoridad rusa. Desde mediados hasta fines de los noventa, organizaciones internacionales uygures han asumido la responsabilidad indirecta por numerosos ''actos de resistencia'' en contra del gobierno chino, incluyendo bombazos en estaciones de policía en Kashgar y Khotán y en autobuses en Urumqi y Beijing, así como grandes levantamientos en Yining (Khulja), Aktush y Kashgar. Sin embargo, aunque el gobierno chino quiere demostrar que los uygures son una creciente amenaza interna, no han podido mencionar ningún incidente reciente que involucre violencia por parte de los uygures.

En los cincuenta, los uygures y otros pueblos locales dieron la bienvenida al ingreso del Ejército Popular de Liberación en lo que se reconoció como una ''liberación pacífica'' tanto de Xinjiang como del Tibet. En Xinjiang, los pobladores participaron de buen grado en la redistribución política de tierra y riquezas y querían terminar con una guerra civil que tenía a la región atrapada entre los intereses encontrados de los rusos, los chinos comunistas y los chinos nacionalistas. Al mismo tiempo, las tensiones étnicas entre uygures, kazakos y chinos hui y han amenazaban con desmembrar a la región siguiendo las divisiones locales y tribales.

La vida cambió dramáticamente en Xinjiang cuando, al igual que el Tibet, quedó en medio de las luchas a nivel nacional que culminaron en la Revolución Cultural que de 1966 a 1976 causó estragos en todo el país. Durante este periodo, se promovió la migración interna hacia Xinjiang para ''abrir el Oeste'' (kaifa xibu) y se reprimió al ''nacionalismo local'' (difang minzu zhuyi). Para 1982, la población china han era del 38 por ciento, mientras que los uygures tenían una ligera mayoría del 42 por ciento en su propia región ''autónoma''.

A mediados de los ochenta y a fines de los noventa se dio una mayor respuesta local a la cambiante dinámica de la autoridad china. Intelectuales pertenecientes a las etnias expresaron su apoyo al repudio de Deng Xiaoping en contra de las políticas maoístas radicales y de la Revolución Cultural. Los medios frecuentemente defendían el ''leninismo de mercado'' de Deng que buscaba relajar el control del Estado sobre las reformas económicas mientras conservaba el poder central en todos los asuntos políticos.

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El relajamiento de las restricciones sobre las expresiones religiosas y étnicas dio como resultado una explosión de rituales islámicos, construcción de mezquitas, peregrinaciones a La Meca y educación religiosa, y los festivales ''étnicos'' se extendieron por todo el panorama social. En 1991, el crecimiento del orgullo de los uygures por su historia y sus tradiciones étnico-religiosas los llevó a albergar la vana esperanza de que, con el fin de la Unión Soviética, la independencia de las ex-repúblicas de Asia central se extendería a China, y que si no se establecía un ''Uyguristán'' independiente, tal vez al menos habría un ''Turkestán Oriental'' unificado, que tomaría su lugar junto a Kazakstán, Uzbekistán y Kyrguistán.

Sin embargo, el deseo de independencia de los uygures se encontró con una dura resistencia por parte de China. Ello, complicado por la creciente integración de la región a través de la migración china y las políticas extractivas de desarrollo, generó que a fines de los noventa brotaran las protestas uygures, que con el tiempo condujeron a bombazos aislados, ataques en contra de los uygures que apoyaban al gobierno chino y respuestas violentas a las acciones policiacas en contra de actividades y reuniones sociales ilegales. Tales expresiones de rebeldía fueron sofocadas con rapidez y severidad por China y culminaron en la campaña de ''golpe duro'' de 1998.

Actualmente, una disminución en el activismo uygur y en las protestas políticas sugiere una retirada. El número de miembros uygures en el Partido Comunista Chino ha decrecido, a pesar de un aumento nacional de la membresía debido a que el PCC ha colocado a simpatizantes suyos en las universidades y ofrece empleos lucrativos en los sectores estatal y semiprivado. Algunos funcionarios de gobierno y los periódicos locales se quejan de que el 20% de los estudiantes de Xinjiang buscan capacitarse en otras partes de China, lo que equivale a una ''fuga de cerebros'' interna. Los informes de inmigrantes recientes que aparecen en sitios web uygures alrededor del mundo muestran una desilusión creciente y deseos de emigrar.

Mientras que el gobierno chino busca el apoyo internacional para sus acciones contra el terrorismo, los uygures parecen menos dispuestos que nunca a expresar sus frustraciones. Esto significará menos fuentes de información para un gobierno que espera obtener apoyo para sus metas de desarrollo en la región.

En un sistema de ''mercado leninista'', el desarrollo económico es lo único que puede resolver las tensiones étnicas y de clase. No obstante, no participar en ese programa de desarrollo puede dar por resultado tensiones étnicas e incluso una radicalización de algunos jóvenes uygures desposeídos. Esta reserva de talento frustrado puede convertirse en terreno fértil para las organizaciones terroristas internacionales que buscan apoyo para sus agendas extremistas. La campaña de ''golpe duro'' de China sólo ha logrado molestar a sus poblaciones étnicas. Su guerra contra el terrorismo debe combinarse con una política que les ofrezca esperanzas.

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