El pueblo versus Putin

Ayudé a seleccionar a Vladimir Putin para suceder a Boris Yeltsin, el primer presidente ruso electo democráticamente. Puesto que las estructuras de la KGB y la Mafia ahora gobiernan Rusia y manipulan su sistema judicial, se supone que Yeltsin quiso definir quién sería su sucesor para evitar procesamientos legales en el futuro. Pero quienes seleccionamos a Putin teníamos la misión de encontrar a una persona que continuase las reformas de Yeltsin, no alguien que lo escudara a él y a su familia.

De hecho, Yeltsin no tenía ningún temor y no buscó su supervivencia personal, sino la de la idea democrática que introdujo en Rusia. Sin embargo, ahora esa idea está amenazada debido al sucesor que escogió.

No niego mi responsabilidad por haber apoyado a Putin. No éramos amigos cercanos, pero trabajamos juntos en situaciones críticas, y nunca dudé de su sinceridad. Putin actúa guiado por sus convicciones. El problema es que éstas, incluida su creencia de que Rusia sólo puede prosperar si es gobernada por un poder originado en una sola fuente, son erróneas. Este gran error está llevando a Rusia a la ruina política.

Por supuesto, nadie que ocupe un alto cargo deja de cometer errores, incluso algunos fundamentales, y esto es particularmente cierto en periodos tumultuosos. Yeltsin no fue una excepción, pero él los reconoció. Por ejemplo, cuando se retiró en la víspera de Año Nuevo de 1999 pidió perdón por haber iniciado la guerra de Chechenia. En contraste, Putin parece incapaz de reconocer y admitir sus errores, y persiste en la implementación de una política mucho después de que su fracaso es evidente para todo el mundo.

Uno de los errores de Yeltsin fue el no poner las prioridades morales a la cabeza de su programa de reformas. Russia debería haberse arrepentido del estalinismo y del sistema Gulag de campos de trabajo forzado. La nación entera, sin excepciones, tendría que haberse arrepentido, del modo como los alemanes lo han hecho desde 1945.

Esta omisión es importante, ya que permitió que la poco feliz creencia de Putin en una autoridad central condujera a la recaptura del estado por parte de los servicios de seguridad. De hecho, un resultado directo del arrepentimiento nacional por la era Gulag debería haber sido la prohibición del partido comunista y la descalificación de quienes hubieran trabajado en la KGB para ejercer cargos políticos.

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Aunque estos filtros políticos son un asunto complejo en las sociedades poscomunistas, donde tanto la victimización como la colaboración están tan generalizadas y los límites entre ellas son tan borrosos, se podría haber encontrado una buena solución, como en la República Checa. El no hacer nada dejó a las estructuras de seguridad rusas indemnes y con la capacidad de efectuar un retorno político, el cual en la actualidad han logrado. La resurrección política de las estructuras de la KGB bajo Putin y sus esfuerzos por silenciar el disenso, una vez más han convertido a Rusia en un país de disidentes.

Es imposible silenciar a los políticos y a los medios independientes sin estrangular las fuentes de financiamiento independientes, y por esa razón el Kremlin de Putin ha concentrado sus ataques en los así llamados “oligarcas”. El arresto y juicio de Mikhail Jodorkovsky fueron orquestados precisamente por este motivo. Al eliminar las fuentes de financiamiento independientes, los servicios de seguridad que dominan al Kremlin esperan destruir la vida política independiente en Rusia.

Sin bases de pensamiento independientes, se está afianzando un clima de temor. Pero el miedo no sólo degrada: crea las condiciones para un mal gobierno. Yeltsin comprendió de manera intuitiva que el miedo y la toma de decisiones centralizada y verticalista no eran maneras de gobernar un país moderno, y en consecuencia insistió en reformar las relaciones entre los ciudadanos y el estado.

Putin todavía no comprende que un sistema político centralizado es tan incapaz de comprender y corregir errores ahora como lo fue en la época soviética. Putin, que no es un hombre bien educado, está llevando a Rusia, con una profunda y sincera convicción, a la misma desintegración que sobrevino con el colapso del estado soviético.

El pueblo está comenzando a darse cuenta de esto. La gente ve que el deseo de Putin de crear un estado moderno fuerte y eficaz no se puede hacer realidad, ya que un estado moderno es gobernado no desde arriba, sino por una ciudadanía informada que obliga a sus gobernantes a reconocer y corregir sus errores.

También Putin parece sospechar la impotencia de su régimen. Esta es una de las razones por que Rusia se ha vuelto tan agresiva con sus vecinos, Ucrania y Georgia, y parece mantener una presencia militar en lugares como el Transdniéster, la región separatista de Moldavia. Al lanzar su peso sobre sus vecinos más cercanos, el Kremlin piensa que puede convencer a los rusos de su omnipotencia.

Dado lo castrado que se encuentra el debate en Rusia, y la habilidad del Kremlin para manipular las elecciones, un cambio de régimen es la única opción para quienes desean preservar la idea democrática en el país. No tiene sentido aferrarse a ilusiones vanas. Quienes se oponen a Putin deben decidir lo que quieren y declarar que, si el régimen no se atiene a la constitución, tienen el derecho a obligarlo a que lo haga, por cualquier medio que sea necesario.

En la actualidad, la cuestión del poder en Rusia ya no puede decidirse únicamente en las urnas. Como en Ucrania, el Líbano y Kirguistán, se decidirá en las calles.

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