Por Bjørn Lomborg

PRAGA – Este verano las condiciones climáticas a lo largo y ancho de todo el mundo han alimentado, de forma amplia, el debate sobre el calentamiento global. Las sequías y las olas de calor son un presagio de nuestro futuro, las reducciones de carbono son ahora más necesarias que nunca, y sin embargo, aún no se han promulgado políticas significativas.

No obstante, más allá de este muy trillado campo de batalla, sucedió algo sorprendente: las emisiones de dióxido de carbono en los Estados Unidos cayeron a su nivel más bajo en 20 años. Si se realiza una estimación sobre la base de datos recolectados por la Agencia de Información de Energía de EE.UU. (EIA) (US Energy Information Agency (EIA)) durante los primeros cinco meses del año 2012, este año se espera que las emisiones de CO2 se reduzcan en más de 800 millones de toneladas, es decir en un 14% desde el pico que alcanzaron en el año 2007.

La causa es un cambio, sin precedentes, relativo al uso de gas natural, el cual emite 45% menos de carbono por unidad de energía.  EE.UU. solía generar la mitad de su electricidad mediante el uso del carbón, y aproximadamente el 20% a través del gas. En los últimos cinco años, dichas cifras han cambiado, primero lentamente y ahora dramáticamente: en abril de este año, el porcentaje de electricidad generada mediante carbón se desplomó a tan sólo un 32%, llegando a colocarse a la par del porcentaje de electricidad generada mediante gas.

El cambio rápido de Estados Unidos hacia el uso del gas natural es el resultado de tres décadas de innovación tecnológica, en particular del desarrollo del proceso de fractura hidráulica, o “fracking”, que ha puesto a disposición nuevos y grandes recursos de gas de esquisto, también llamado gas pizarra, que antes se encontraban inaccesibles. A pesar de que existen algunas preocupaciones legítimas relacionadas a la seguridad del proceso, sería difícil exagerar la abrumadora cantidad de beneficios que ofrece.

Para empezar, los precios del gas han caído dramáticamente por causa de la fractura hidráulica. Si los precios se ajustan para tomar en cuenta la inflación, el precio del gas no ha estado más barato durante los últimos 35 años,  y este año ha llegado a ubicarse en un nivel 3 a 5 veces menor al que ocupaba a mediados de la década del año 2000.  A pesar que la economía debilitada pudiese explicar una pequeña parte de la caída de las emisiones de carbono en Estados Unidos, la EIA hace hincapié en que la explicación más importante es el uso del gas natural.

La reducción es aún más impresionante si se tiene en cuenta que en las últimas dos décadas se han agregado 57 millones de consumidores de energía a la población de los EE.UU. De hecho, las emisiones de carbono en Estados Unidos han caído alrededor de un 20% per cápita, y se encuentran ahora en su nivel más bajo desde que Dwight D. Eisenhower dejó la Casa Blanca en el año 1961.

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David Victor, experto en energía de la Universidad de California en San Diego, estima que la sustitución del carbón por el gas natural ha reducido las emisiones de Estados Unidos en una cifra que se encuentra entre 400 a 500 megatoneladas (Mt) de CO2 al año. Para poner esta cifra en perspectiva, esta cifra representa aproximadamente el doble del efecto total que tiene el Protocolo de Kioto sobre las emisiones de carbono en el resto del mundo, incluyendo las de la Unión Europea.

Es tentador creer que las energías renovables son responsables de la reducción de emisiones, pero las cifras dicen claramente lo contrario. Si se toma en cuenta una reducción de 50 millones de toneladas de CO2 al año, los 30.000 aerogeneradores de Estados Unidos reducen las emisiones en tan solo una décima parte de la cifra de reducciones atribuibles al gas natural. Los biocombustibles reducen las emisiones en únicamente diez millones de toneladas, y los paneles solares en la magra cifra de tres millones de toneladas.

Esto es como una bófeta al pensamiento convencional, que sigue manteniendo que obligar a reducir las emisiones de carbono –  a través de la imposición de límites máximos de emisiones como condición para llevar a cabo operaciones de comercio (cap-and-trade) o un impuesto al carbono – es la única manera de luchar contra el cambio climático.

Pero, basándose en la experiencia europea, tales políticas son precisamente la manera equivocada de abordar el calentamiento global. Desde el año 1990, la UE ha subvencionado fuertemente tanto la energía solar como la eólica a un costo de más de $20 mil millones anuales. Sin embargo, sus emisiones de CO2 per cápita se han reducido en menos de la mitad que la reducción lograda en los EE.UU. –  incluso en términos porcentuales,  EE.UU. ahora tiene un mejor desempeño.

Debido al amplio escepticismo que existe en Europa con relación a la fractura hidráulica, en la UE no se desarrolla  un milagro del gas, mientras que la abundancia de las energías renovables fuertemente subsidiadas ha causado el sobre abundante logro de la meta de CO2. Junto con el cierre de las centrales nucleares alemanas, esto ha llevado paradójicamente a un resurgimiento del carbón.

De igual manera, bien intencionados políticos estadounidenses han mostrado que los subsidios y exenciones impositivas no son la manera en la que se debe hacer frente al calentamiento global. La reducción relativamente pequeña de las emisiones lograda a través de la energía eólica cuesta más de $3.3 mil millones al año, y las reducciones aún mucho más pequeñas provenientes del uso del etanol (biocombustible) y de los paneles solares cuestan por lo menos $8,5 y $3 mil millones anuales, respectivamente.

Las estimaciones sugieren que la aplicación de impuestos al carbono con el fin de lograr una reducción adicional de 330 millones de toneladas de CO2 en la UE costaría $250 mil millones por año. Mientras que la bonanza del proceso de fractura hidráulica en los EE.UU. no sólo ofrece una reducción mucho mayor sin costo, sino que también crea beneficios a largo plazo sociales a través de costos de energía más bajos.

La asombrosa verdad es que el proceso de fractura hidráulica ha tenido éxito donde los impuestos al carbono y el protocolo de Kioto han fracasado. Como se muestra en un estudio realizado por el Instituto Breakthrough (a study by the Breakthrough Institute), el proceso de fractura hidráulica se desarrolló sobre la base de una sustancial inversión pública en innovación tecnológica durante tres décadas.

Los economistas que estudian temas relativos al clima repetidamente han señalado que tal innovación energética es la solución más eficaz al problema del clima, ya que es la manera más segura de disminuir los precios de las futuras fuentes “verdes” de energía, llevándolos por debajo del precio de los combustibles fósiles. Por el contrario, los ineficaces subsidios a la energía solar o al etanol de la actualidad en su mayoría desperdician dinero y al mismo tiempo benefician a intereses especiales.

Fracking is not a panacea, but it really is by far this decade’s best green-energy option.

El proceso de fractura hidráulica o “fracking” no es una panacea, pero en verdad es, de lejos,  realmente es, con mucho, lo mejor de esta década opción de energía verde.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

https://prosyn.org/HKYojbmes