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Cuatro certezas sobre la economía populista

MILÁN – Una globalización económica exitosa requiere de patrones de crecimiento razonablemente exitosos en determinados países. Esa dinámica caracterizó los 30 años, aproximadamente, que siguieron a la Segunda Guerra Mundial: las tasas de crecimiento eran relativamente altas en una amplia variedad de países; sus beneficios, en líneas generales, eran compartidos al interior de los países, y el ascenso de los países en desarrollo redujo la desigualdad global. Este período probablemente representó el apogeo de la globalización.

Por supuesto, la globalización continuó en los años 1970 y después. Pero los patrones de crecimiento subyacentes cambiaron. De la mano del arbitraje laboral propio de la globalización económica y del surgimiento de tecnologías digitales disruptivas, los empleos industriales de la clase media en las economías avanzadas desaparecieron, los ingresos medianos de este sector se estancaron y la polarización laboral y de ingresos creció, a pesar de que el crecimiento del PIB se mantuvo fuerte. Este nuevo patrón -que persistió en los años 1980 y 1990, y se aceleró en los años 2000- hizo que la desigualdad creciera marcadamente, debilitando los cimientos de la globalización.

Las respuestas de los países han variado mucho. Algunos han tomado medidas para reducir la desigualdad, como una redistribución a través del sistema tributario, sistemas de seguridad social y educación, diversos tipos de protección social y el respaldo de una recapacitación efectiva. La potencia de esos esfuerzos tiende a estar moldeada por normas culturales, el poder de negociación institucional de la fuerza laboral, el nivel de confianza entre trabajadores y empresas y la influencia de la riqueza individual y corporativa en la política.

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