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El peligro de una Europa ensimismada

MADRID – Mientras el mundo aguarda con ansiedad el clímax del drama de la eurozona, el comportamiento de sus líderes parece el equivalente político de lo que los físicos llaman “movimiento browniano”, con funcionarios que van de aquí para allá entre una consulta bilateral crucial o una cumbre europea vital y la siguiente. Un día se hacen declaraciones tajantes, que supuestamente resolverán los problemas de la unión monetaria, y al día siguiente ya casi no tienen ningún efecto.

Entretanto, infinidad de diagnósticos y recetas –a cuál más pesimista- pugnan por atraer nuestra atención. Pero casi todos ellos se concentran en los aspectos económicos de la crisis del euro, lo cual es en sí mismo parte del problema; porque esta crisis es, ante todo, reflejo de debilidades profundamente arraigadas en las Instituciones Europeas y en el tejido social Europeo. Si no fuera así, lo que comenzó como una crisis de deuda marginal  (agravada por la indecisión política en Grecia y en la totalidad de la Unión Europea) no se habría convertido en semejante momento existencial decisivo para el proyecto europeo.

Son tres los problemas distintos que aquejan a Europa. En primer lugar, todavía es incapaz de adaptarse a las realidades de un mundo cuyo centro de gravedad se ha desplazado definitivamente hacia el Pacífico, atrayendo hacia sí la atención de los Estados Unidos. En segundo lugar, los europeos están, hoy más que nunca, absortos en sí mismos, mientras cierta actitud arrogante se une a un escepticismo que todo lo invade (una combinación que llega hasta los niveles más altos de la Unión y de los gobiernos nacionales de Europa).

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