El último de los tibetanos

NUEVA YORK -- ¿Están condenados los tibetanos a sufrir la misma suerte que los indos estadounidenses? ¿Acabarán siendo poco más que una atracción turística, vendiendo recuerdos baratos de una cultura que alguna vez fue grande? Ese triste destino parece cada vez más probable y el año olímpico ya se ha visto opacado por los esfuerzos del gobierno chino para reprimir la oposición a que llegue.

Los chinos tienen gran parte de la responsabilidad, pero el destino del Tíbet no es simplemente cuestión de la opresión semicolonial. A menudo se olvida que muchos tibetanos, especialmente las personas educadas de las ciudades grandes estaban tan ansioso de modernizar a su sociedad a mediados del siglo XX que vieron a los chinos comunistas como sus aliados en la lucha contra el gobierno de los monjes y los terratenientes. A principios de los años cincuenta, el joven Dalai Lama mismo quedó impresionado por las reformas chinas y escribió poemas en alabanza del Presidente Mao.

Sin embargo, en lugar de reformar a la sociedad y la cultura tibetana, los chinos comunistas acabaron por destruirlas. En nombre del ateísmo marxista oficial, se aplastó la religión. Durante la Revolución Cultural, se demolieron monasterios y templos (a menudo con la ayuda de los Guardias Rojos tibetanos). Se obligó a los nómadas a vivir en espantosos asentamientos de concreto. Las artes tibetanas quedaron congeladas en emblemas folklóricos de una “cultura minoritaria” promovida oficialmente. Y el Dalai Lama y su séquito se vieron obligados a huir a la India.

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