El Desafío Chino

Hace treintaicinco años Jean-Jacques Servan-Schreiber argumentó en su Le Défi Americain ( el desafío estadounidense ) que Europa se encontraba en peligro de convertirse en una sucursal de las multinacionales de Estados Unidos. Una década después, era el reto comercial de Japón el que se encontraba en la cúspide. Ahora China pone a todos nerviosos. Pero las actuales reacciones al desafío económico de China podrían estar tan erradas como las pasadas respuestas a le défi Americain .

La China del 2002 se parece ante todo al Japón de los años sesenta, cuando éste se estaba preparando para volverse un competidor global, y nos recuerda a la Inglaterra de Dickens y al Estados Unidos (EEUU) de la era del "robber baron" de finales del siglo XIX, cuando EEUU se convirtió en un poder económico global. Lo que no tiene precedentes es que algo así suceda en un país comunista, o en uno que tiene una población tan masiva.

La nueva China puede ser representada por una fábrica de componentes electrónicos localizada en Shenzhen, en el delta del Zhu Jiang (río Perla). Cuando la visité, la fábrica tenía 10,000 trabajadores, cada cual con un sueldo de $80 por mes. Todos ellos eran mujeres jóvenes. Ninguna usaba lentes. "¿No tienen empleados con mala vista?", pregunté. El gerente respondió "Las despedimos cuando sus ojos ya no sirven. Pueden encontrar otro trabajo, ese no es mi problema". Sin duda, aquellas que son despedidas no regresan a las labores campesinas, sino que se vuelven empresarios urbanos de las industrias de servicios de las nuevas ciudades de China.

China le debe su creciente dinamismo en parte a la sagaz búsqueda de estrategias de desarrollo oportunas y complementarias de las autoridades centrales. Una cuestión menos evidente que el proceso de admisión a la Organización Mundial de Comercio, que ha durado 15 años, es la estabilización de la moneda, el renminbi (RMB), fijado al dólar de Hong Kong desde 1997, cuando el territorio volvió a manos de China. Al prohibir el cambio de RMB en el extranjero, las autoridades centrales impidieron las fluctuaciones monetarias que en los últimos años han causado catástrofes en otras naciones en desarrollo.

Pero la verdadera clave del éxito de China no se encuentra en Beijing, sino en niveles más bajos del gobierno. En la mayoría de las regiones los funcionarios del gobierno dan la bienvenida a los negocios extranjeros y a la competencia sin trabas -ofreciendo zonas libres de impuestos y otros beneficios- como un medio para fortalecer sus industrias. Más de 100,000 manufacturadores de componentes, sobre todo de Japón y Taiwan, se han mudado a las regiones de los deltas de los ríos Zhu Jiang y Yangtze, las cuales siempre contaron con mano de obra barata pero ahora también tienen modernas autopistas, facilidades portuarias y comunicaciones.

En el 2000 llegaron a China cerca de $45 mil millones de inversión externa directa, en comparación con sólo cerca de $10 mil millones recibidos por Japón y todavía menos recibido por los tigres de Asia. Gran parte de ese dinero se canalizó directamente al incremento de la productividad industrial. Alguna vez, las fábricas chinas típicas consistían de varias hileras de mujeres sentadas frente a mesas de trabajo. Las fábricas de hoy en día son tan modernas, sofisticadas y automatizadas como sus contrapartes japonesas y sus gerentes están adquiriendo las habilidades necesarias para competir globalmente más rápido que los de ninguna otra nación que yo haya estudiado.

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Las regiones de China aprendieron a especializarse a través de una dura competencia por inversionistas extranjeros. Cada cual tiene su grupo de proveedores de componentes y proveedores profesionales de servicios, y cuenta con el apoyo de una infraestructura de líneas de transporte, de redes de comunicación y de laboratorios de investigación. También están desarrollando lazos con el mundo externo que son independientes del gobierno central de China.

Puesto que el mercado doméstico de China tiene tan gran magnitud, hay muchas empresas que todavía no consideran a los mercados de ultramar. Pero se dirigen a ser los más capaces y competitivos manufacturadores de equipo original -productores de bienes fabricados para otras marcas- que el mundo haya visto jamás. Malasia y Tailandia se tardaron diez años en generar el grado de especialización, la base de producción y la infraestructura para una industria metalúrgica de precisión que pudiera venderle componentes a los fabricantes de relojes suizos. Las firmas chinas se apoderaron de ese negocio en sólo un año. Lo mismo sucede con la electrónica y con la maquinaria.

China le está haciendo a Asia lo que Japón le hizo a Occidente hace 20 años. De pronto, resulta en extremo difícil que cualquier compañía que no sea china compita en cualquier mercado mundial basándose en una estrategia de mercancías de bajo costo y bajo precio, incluso si tales mercancías son componentes electrónicos de precisión. Son pocas las mercancías que están fuera del alcance de la industria china, porque, a diferencia de cualquier otra nación, puede movilizar simultáneamente la mano de obra de bajo costo y la alta tecnología de automatización.

Singapur y Taiwan sobrevivieron a la crisis financiera de Asia en 1997 relativamente ilesos, pero sus manufacturadores están ahora sufriendo. Gran parte del sector manufacturador de Taiwan migró al otro lado del estrecho del mismo nombre -a pesar de las restricciones al contacto directo con tierra firme- y Singapur se está convirtiendo en un tipo de Suiza asiática, apostándole a las inversiones en China para mantener su prosperidad. Lo más probable es que Indonesia, las Filipinas y Tailandia, que no tienen los recursos de Singapur, sufran privaciones, fragmentación y agitación, por no hablar de países como Laos, Camboya y Myanmar.

¿Qué significa esta avasalladora fuerza china para Japón, Europa, Estados Unidos y otras regiones ricas? Para los consumidores es dicha pura. Las industrias chinas reducirán los costos, incrementarán la calidad y darán impulso a la innovación en cuanto a la mayoría de los productos de consumo e industriales se refiere, no sólo gracias a su propio esfuerzo, sino también porque la compañías globales que buscan una posición en China están aplicando sus mejores prácticas en el país.

Esto llevará a una frenética nueva ola de competencia, pero no entre China, Estados Unidos y Japón como entidades monolíticas. En todas las industrias y regiones las empresas se apresurarán a internalizar los nuevos métodos de China para así vencer a sus competidores locales e inmediatos, tal y como los métodos de administración estadounidenses fueron internalizados por las firmas de todo el mundo, incluyendo las chinas.

Entretanto, el crecimiento de China le planteará un desafío, tanto diplomático como económico, al estatus quo global, que será mayor que el planteado por, digamos, el extremismo islámico. Los políticos y los empresarios se quejarán, pero los consumidores estarán más felices que nunca y demandarán los bienes que China puede proveer mejor que ninguna otra nación. Cuando reconozcamos al enemigo, descubriremos que somos nosotros mismos.

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