La caldera de Calderón

En circunstancias dramáticamente desfavorables, desde el pasado viernes México finalmente tiene un nuevo presidente. Felipe Calderón prestó juramento para asumir funciones, desafiando la ira de su oposición de izquierda, siendo más listo que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y su líder, Andrés Manuel López Obrador, pero también pagando un precio alto. Todos los programas de noticias de la televisión y las tapas de los diarios del mundo publicaron el mismo titular: “Nuevo presidente mexicano asumió en medio de caos y trompadas”.

Las instituciones mexicanas soportaron –a duras penas- la embestida violenta de una oposición de izquierda prácticamente insurreccional, avocada inútilmente a impedir la asunción de Calderón, y de un Partido Revolucionario Institucional (PRI) resentido, cada vez más dedicado a permitirle a Calderón que asumiera funciones, y luego fracasaron de manera miserable. Calderón superó obstáculos aparentemente insuperables en el camino hacia la presidencia. Sin embargo, la lucha para gobernar y transformar a México acaba de empezar.

La mayoría de los analistas mexicanos creen que a Calderón debería resultarle relativamente fácil tener un mejor desempeño en relación al fracaso en gran medida auto-infligido del mandato del saliente presidente Vicente Fox. México necesita crecer a un ritmo que aproximadamente duplique el de la presidencia de Fox (un magro 2% anual). Si Calderón puede fortalecer la ley y el orden, y usar sus considerables habilidades políticas para llegar a un acuerdo con el PRI en materia de reformas económicas estructurales, tendrá éxito.

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