strain21_Mark RALSTON  AFP) (Photo by MARK RALSTONAFP via Getty Images_billionairs Photo by MARK RALSTON/AFP via Getty Images

En defensa de los milmillonarios

WASHINGTON D. C. – «Los milmillonarios no debieran existir», sostiene Bernie Sanders, senador de Vermont, quien desde hace mucho se define como demócrata socialista. De hecho, el eslogan «cada milmillonario es un fracaso de la política» es relativamentecomún entre los progresistas estadounidenses.

No sorprende entonces que los partidarios del populismo económico y los nacionalistas de derecha estén de acuerdo con la izquierda progresista. Hace unos pocos meses, Steve Bannon, ex estratega en jefe del presidente estadounidense Donald Trump, pidió «aumentos masivos de los impuestos a los milmillonarios» debido a que muy pocos de ellos adhieren al movimiento «Que América vuelva a ser grande» (MAGA, por su sigla en inglés).

Esos nacionalistas y progresistas entendieron todo mal, no debiéramos querer menos milmillonarios, sino más de ellos.

Los milmillonarios innovadores crean un enorme valor para la sociedad. En un trabajo que publicó en 2004, el economista y premio nobel William D. Nordhaushalló «que solo una parte minúscula» —cerca del 2,2 %— «del beneficio social derivado de los avances tecnológicos» queda en manos de los propios innovadores. El resto, es decir, casi todo, va a los consumidores.

Según el índice de milmillonarios de Bloomberg, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, tiene un patrimonio neto de USD 170 000 millones. Si extrapolamos a partir de los hallazgos de Nordhaus, podríamos concluir que Bezos creó valor por más de USD 8 billones (millones de millones) —más de un tercio del PBI anual estadounidense— para la sociedad. Por ejemplo, Amazon redujo el precio de muchos bienes de consumo y liberó —debido a que eliminó la necesidad de ir a las tiendas minoristas tradicionales— una enorme cantidad de tiempo para millones de estadounidenses. Mientras tanto, Bezos solo recibió una porción muy pequeña de esos beneficios sociales.

Por supuesto, no todos los milmillonarios son innovadores, pero esa misma lógica se les puede aplicar independientemente de sus antecedentes profesionales. Por ejemplo, los titanes de Wall Street crean valor mediante la asignación eficiente del capital en la economía. Con el tiempo, eso reduce de los costos e impulsa la productividad e innovación, lo que beneficia a millones de hogares y empresas.

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No es la herencia dinástica, sino el emprendimiento y trabajo duro, de donde derivan los patrimonios netos de 9 o 10 cifras. Aproximadamente tres cuartas partes de las familias estadounidenses que componen el 1 % más rico son dueñas de empresas privadas (frente al 5 % de las familias que ocupan la mitad inferior de la distribución de la riqueza), y sus activos empresariales representan más de un tercio de sus balances. Un estudio de 2013 halló que aproximadamente 7 de cada 10 de los 400 estadounidenses más ricos habían amasado sus propias fortunas, y que dos tercios de ellos no provienen de familias adineradas.

En términos generales, el sistema capitalista democrático estadounidense funciona. En una democracia, la sociedad acepta los resultados desiguales del mercado si reflejan diferencias en el esfuerzo aplicado al trabajo, la tolerancia al riesgo, o las habilidades. Según la evidencia, el principal determinante de la compensación a los trabajadores es su productividad.

Ciertamente, eso puede mejorar, pero en vez de centrarnos en destruir a los milmillonarios, debiéramos poner el foco en aumentar el acceso de los pobres y la clase trabajadora a las oportunidades económicas. Las oportunidades abundan en EE. UU. Consideremos, por ejemplo, la gran cantidad de centros de estudios terciarios de dos y cuatro años, y el bajo desempleo estructural.

De manera similar, la furia contra los milmillonarios es inapropiada en el debate sobre la desigualdad del ingreso, que supone que este se distribuye entre los hogares y cuestiona la proporción con la que se quedan los más ricos... pero en una economía de mercado el ingreso se gana, no se distribuye. Por otra parte, en términos del ingreso de todos los hogares —no solo de los milmillonarios— la desigualdad se ha mantenido en el mismo nivel, o se redujo, durante más de una década.

Algo más fundamental es que los ataques a los milmillonarios transmiten a los jóvenes un mensaje terrible y perverso: el éxito es malo. Esto podría llevarlos a reducir sus aspiraciones, esforzarse menos y tolerar menos riesgos. Precisamente porque trabajar duro genera recompensas —la remuneración depende de la productividad— ese mensaje podría exacerbar la desigualdad, el problema que los antimilmillonarios supuestamente quieren solucionar.

Irónicamente, muchos de quienes más promueven este mensaje forman parte de los hogares con mayores ingresos. Sus hijos probablemente estén entre los menos afectados por ello (a pesar de todo, estudiarán en escuelas y universidades de alta calidad, a menudo, caras), mientras que muchos de los niños de los hogares con menores ingresos que prestan atención a ese mensaje asisten a escuelas de calidad relativamente baja y es menos probable que lleguen a la universidad.

Resulta moralmente terrible tratar a cualquier grupo estadounidenses como los populistas y nacionalistas tratan a los milmillonarios. Los autoritaristas de derecha pretenden usar el poder estatal para castigarlos por no ser suficientemente leales a Trump y muchos miembros de la izquierda también desean gravarlos con impuestos especiales. El «impuesto a los ultramillonarios» propuesto por la senadora Elizabeth Warren, por ejemplo, solo afectaría al 0,05 % de los hogares. En vez de tratar a los milmillonarios como miembros de una empresa social compartida, esas propuestas los reducen a generadores de ingresos a quienes hay que poner en su sitio. El sistema tributario no debiera ser un arma que penalice a grupos de estadounidenses, entre ellos, a los ricos.

Consideremos a los 10 principales milmillonarios del índice de Bloomberg. En gran parte son innovadores que alcanzaron esa posición gracias a sus propios esfuerzos y cambiaron nuestra forma de vida: Bill Gates y Steve Ballmer revolucionaron las computadoras personales; Jeff Bezos cambió totalmente el comercio minorista; Larry Page, Sergey Brin y Larry Ellison elevaron las búsquedas en Internet y el software de bases de datos; y Elon Musk alteró la industria automotriz y el comercio espacial. Mark Zuckerberg es un pionero de las redes sociales; Bernard Arnault, un hábil director ejecutivo; y Warren Buffett, un inversor legendario.

Ninguno de ellos es un «fracaso de la política». En vez de desear que no existieran, debiera emocionarnos que existan. Comparado con el valor que crearon para millones de personas en todo el mundo, su patrimonio neto queda empequeñecido. Algunos de ellos figurarán en los libros de historia mucho después de que los políticos bravucones de la actualidad hayan sido olvidados.

Los niños debieran ver la trayectoria de esa gente como algo digno de emular, que impulse su imaginación y aliente sus aspiraciones. Esto no solo los beneficiará a ellos cuando sean adultos, sino a todos los miembros de la sociedad, que cosecharán los beneficios de sus ideas, habilidades y esfuerzos.

Traducción al español por Ant-Translation

https://prosyn.org/JLTPro1es