¿Tigre al acecho, o dragón de papel?

Cuando un alto experto de defensa testificó recientemente ante una comisión del Congreso de EEUU acerca de la capacidad militar china, detalló el extraordinariamente potente programa de armamento que el Ejército de Liberación del Pueblo (ELP) ha estado llevando a cabo. Se refirió especialmente a la creciente cantidad de misiles balísticos de corto, mediano e incluso largo alcance del ELP. Pero el experto concluyó que, a pesar de la alarmante cantidad de misiles, no constituían un ``aumento amenazante''.

Desconcertados por esa conclusión, los congresistas comenzaron a hacer la misma pregunta una y otra vez: si la cantidad actual de misiles del ELP no era un ``aumento amenazante'', ¿qué cantidad lo es? La incapacidad de responder claramente a esta pregunta atemorizó y enojó tanto al experto como al comité.

Pero este episodio ilustra un problema fundamental y frustrante: mientras más sabemos lo que está pasando en China, menos seguros estamos de si realmente se ha convertido en una amenaza. Sabemos que China ha duplicado y vuelto a duplicar su presupuesto de defensa para, entre otras cosas, un masivo programa de desarrollo de armamento, incluyendo la modernización de una capacidad nuclear disuasiva y de segundo ataque. Sin embargo, no podemos decidir si esta capacidad es una amenaza.

El consenso predominante es no considerar a China como una amenaza. Pero hay varios errores conceptuales graves en este razonamiento. Por ejemplo, no toma en cuenta la cultura estratégica hostil contra los EEUU (y contra los objetivos estratégicos de EEUU en las regiones de Asia y el Pacífico) que por largo tiempo se ha incubado en el ELP.

Más aún, una breve mirada al entrenamiento, la investigación y el desarrollo del ELP, su adquisición de armas y sus programas de adoctrinamiento demuestra que los oficiales chinos se están preparando para luchar futuras guerras no sólo contra potencias regionales, sino contra una superpotencia. Su preparación pone énfasis no en la paridad con el moderno armamento de EEUU, sino en el desarrollo de una teoría y capacidad de ``guerras asimétricas''. Como nos lo recordaron brutalmente los ataques terroristas del 11 de septiembre, no es necesario que una amenaza letal provenga de equipos militares equivalentes.

El ELP ha dedicado una cantidad desproporcionada de sus crecientes recursos a áreas que le dan una ventaja asimétrica, como la guerra electrónica y la inteligencia humana. Estas tácticas se orientan a confrontar con un enemigo que está armado con los sistemas de armas más avanzadas, pero es vulnerable a los sabotajes y a los ataques asimétricos, incluso a una guerra de guerrillas actualizada.

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A lo largo de la historia del ELP, una táctica principal siempre ha sido lanzar ataques asimétricos sobre los centros de comando y comunicaciones de un enemigo, evitando de este modo confrontaciones directas en situaciones donde el desarrollo tecnológico determinaría una definición más clara de la victoria y la derrota. El ELP nunca ha sido disuadido ni se ha vuelto menos agresivo al confrontarse con un enemigo que posee equipos más avanzados. Esto fue así en la guerra de guerrillas de Mao durante la ocupación japonesa, la Guerra Civil contra los nacionalistas de Chiang-Kai-shek, la Guerra de Corea contra EEUU e incluso la Guerra de Vietnam, en que China respaldó al norte.

Más recientemente, los oficiales del ELP han estado entre los observadores más interesados en las dos Guerras del Golfo impulsadas por EEUU. Les ha impresionado la tecnología y la capacidad de fuego remota de EEUU, pero también han estado buscando debilidades de los estadounidenses en ese contexto. Si bien admiran la tecnología estadounidense, algunos miembros del alto mando del ELP están convencidos de que si Saddam Hussein hubiese sido un mejor comandante, la batalla de Bagdad habría sido, para citar a Zhang Zhaozhong de la Universidad de la Defensa Nacional China, ``el Stalingrado de George Bush''.

Un aspecto de las evaluaciones exteriores del ELP que a menudo se pasa por alto es su adoctrinamiento político y el nivel de fanatismo que esto puede crear en el campo de batalla real. A pesar de todos los años de énfasis acerca de la ``modernización militar'', en las unidades del ELP sigue reinando el sistema de adoctrinamiento por parte de Comisarios Políticos. Hemos visto la ferocidad de los soldados del ELP intoxicados ideológicamente en la Guerra de Corea e incluso en la Plaza Tiananmen en 1989.

Finalmente, China está lejos de ser un Irak o un Afganistán. A pesar del obvio desequilibrio con EEUU en términos de armamentos modernos, sería miope desconocer la formidable potencia de los equipos militares chinos. Tiene una capacidad nuclear de primer y segundo ataque, sus propios sistemas de comunicaciones satelitales, aeronaves y navíos de guerra cada vez más sofisticados y numerosos, una economía que crece rápidamente para sustentar altos niveles de inversión militar, así como sus propios puntos de aprovechamiento político y diplomático en lugares tales como la ONU.

La suposición de que China no se puede convertir en una amenaza en el futuro próximo, o en los siguientes veinte años, es simplista, porque no considera aspectos básicos del sistema político chino. La realidad es que China ha sufrido medio siglo de adoctrinamiento revolucionario marxista-leninista, el que subraya la naturaleza predatoria del imperialismo, el colonialismo y el capitalismo y el que destaca a Estados Unidos como el líder de las fuerzas mundiales de la opresión.

Esta ideología alimenta una profunda percepción popular de China como una víctima del tercer mundo herida y humillada, e impregna al Partido Comunista de una fuerte sensación de tener un cúmulo de agravios pendientes. En este marco mental nació la teoría de la guerra de guerrillas de Mao, la madre de todas las estrategias de guerras asimétricas del último siglo. Seria ingenuo suponer que esta mentalidad, que está más profundamente arraigada en el ELP que en ninguna otra área de la sociedad china, es una cosa del pasado.

Sigue sin resolver la pregunta de si China terminará siendo un dragón de papel con poca sustancia militar, o un tigre al acecho con garras afiladas. Pero, como dice el dicho, ``El precio de la libertad es estar siempre vigilantes''.

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