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Hacia una nueva constitución fiscal

LONDRES – La pandemia de la COVID-19 tuvo un impacto inmenso, impredecible y duradero sobre las economías en todo el mundo. Por ello, los gobiernos tienen la oportunidad —y la obligación— de repensar el papel y el objetivo de la política fiscal.

Hace ya mucho se debiera haber adoptado un nuevo enfoque; desde la época de la primera ministra británica Margaret Thatcher y el presidente estadounidense Ronald Reagan la ortodoxia económica imperante impidió de hecho la función potencial del estado como inversor y convirtió al equilibrio presupuestario en un fin en sí mismo. Esta indiferencia, tanto en términos de la dirección como del nivel de la actividad económica, hizo que la crisis de 2008-09 se tornara inevitable y que la posterior carrera hacia la austeridad debilitara la recuperación. Ahora, el colapso simultáneo de la oferta y la demanda posterior a la COVID-19 hace que la ortodoxia neoliberal resulte doblemente insostenible.

Existe, sin embargo, poca evidencia de que un nuevo pensamiento fiscal esté en camino. Es cierto, se está implementando el financiamiento de emergencia, pero a menos que se estructure ese gasto, se repetirá el resultado pos-2008: la liquidez llevará a una suba de los precios de los activos en los mercados financieros, pero será de poca ayuda para la economía real.

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