US President-elect Joe Biden may have promised a “return to normalcy,” but the truth is that there is no going back. The world is changing in fundamental ways, and the actions the world takes in the next few years will be critical to lay the groundwork for a sustainable, secure, and prosperous future.
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CAMBRIDGE – Mientras seguimos la evolución de la crisis griega, es importante comprender que el éxito de los programas de ajuste estructural requiere un fuerte compromiso del país implicado. Aun si se superan los obstáculos más recientes, será difícil confiar en que se implementen reformas si el pueblo griego no está convencido (como es evidente que sucedió hasta ahora). Y sin ellas, difícilmente habrá estabilidad y crecimiento sostenidos para la economía griega; especialmente porque los acreedores no están dispuestos a seguir prestando a una Grecia sin reformas mucho más dinero del que se le pide pagar. (Como ocurrió durante la mayor parte de la crisis, aunque uno nunca se enterará de esto por la prensa mundial.)
La pertenencia de Grecia a la Unión Europea permite a sus acreedores ejercer considerable influencia sobre el país, pero evidentemente no tanta como para cambiar el hecho básico. Grecia no deja de ser un país soberano. La “troika” de acreedores (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) no tiene sobre Grecia el tipo de influencia que, por decir algo, tenía la Corporación de Asistencia Municipal sobre la ciudad de Nueva York cuando a mediados de los setenta estuvo al borde de la bancarrota.
Los mejores programas de ajuste estructural son aquellos en los que el gobierno del país deudor propone los cambios de políticas, y el FMI ayuda a diseñar un programa a medida y provee cobertura política para su implementación. Imponer un plan desde afuera no sirve. Para que las reformas funcionen, el gobierno griego y su electorado deben creer en ellas.
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