¿Pillastre, sastre, Snowden, espía?

MOSCÚ – Un frenesí de los medios de comunicación a escala mundial ha convertido el aprieto del truhán analista de los servicios de inteligencia americano Edward Snowden en algo parecido a una novela de John le Carré, llena de suspense y de intriga. ¿Para quién espía? ¿Quién le concederá asilo? ¿Podrá superar a la Agencia Nacional de Seguridad en sus intentos de obligarlo a regresar a los Estados Unidos para ser sometido a juicio con las acusaciones de robo y espionaje? ¿Y qué dirá el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a su homólogo ruso, Vladimir Putin, en su reunión prevista para el próximo mes de septiembre en Moscú, en cuyo aeropuerto de Sheremetyevo está refugiado actualmente Snowden?

Sin embargo, el auténtico espionaje no estriba en la decisión de Snowden de hacer públicos secretos de la ANS, sino en los programas de vigilancia que reveló. La información filtrada puso de relieve la incapacidad de Occidente, pasada por alto durante mucho tiempo, para lograr un equilibrio sólido entre la seguridad y la libertad. La incertidumbre política y económica actual ha exacerbado esa situación y ha movido a las autoridades a optar por soluciones simplistas que, como reveló Snowden con toda claridad, pueden socavar los valores que Occidente profesa.

No es aplicable sólo a los EE.UU. y al Reino Unido, los países implicados en este caso en el escándalo relacionado con Snowden. Las renuentes reacciones de Alemania y Francia ante la evidencia de que la ANS ha ejercido una vigilancia sin precedentes de sus funcionarios indican que los gobiernos de Europa pueden estar también involucrados. De hecho, parece ser que los Estados Unidos han compartido los descubrimientos de sus servicios de inteligencia con los servicios de espionaje de Alemania, cuando ha sido necesario.

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