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El estado de derecho necesita un alma

CAMBRIDGE – El mundo anglo-norteamericano, que en algún momento fue un faro del “estado de derecho”, se está transformando en un caos constitucional. En Estados Unidos, la administración del presidente Donald Trump está poniendo a prueba la resiliencia del sistema de controles y contrapesos hasta el punto de ruptura. En la Gran Bretaña del Brexit, mientras tanto, el debate sobre la pertenencia a la Unión Europea amenaza con desgarrar al país o, peor aún, desintegrarlo en pedazos.

Si bien Estados Unidos y el Reino Unido tienen constituciones muy diferentes –empezando por el hecho de que una es escrita y la otra no-, ambas implican una interacción sutil de leyes formales y normas y convenciones informales. Esto es porque no existe una interpretación clara del Artículo 50 del Tratado de Lisboa de la UE, que establece el proceso por el cual un estado miembro puede abandonar el bloque. De la misma manera, no existe una respuesta definitiva a la consulta de Trump, más recientemente en el drama en torno al informe Mueller, sobre si una colusión con Rusia es técnicamente ilegal. Quienes redactaron las leyes relevantes, obrando de buena fe, nunca imaginaron que surgirían casos como éste.

Pero si bien pocos anticiparon el caos constitucional actual, muchos de los problemas surgen de la consideración prevaleciente del estado de derecho en la academia legal occidental. Aunque es correcta al considerar que la existencia del estado de derecho es un triunfo, se equivoca al dar por sentada esta situación.

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