La mayoría de las iniciativas de salud pública en los países en desarrollo se centran en el control de enfermedades contagiosas en la comunidad. La morbilidad y la mortalidad causadas por enfermedades como la malaria, la tuberculosis, la esquistosomiasis, y la neumonía pediátrica y la diarrea ciertamente justifican esa prioridad. Sin embargo, otro aspecto del sistema de salud pública en naciones con recursos limitados –las infecciones adquiridas en los hospitales- ha sido ignorado en gran medida, tanto por el público como por la prensa y los organismos financieros.
Las naciones en desarrollo gastan sus limitados recursos en hospitales, que consumen más del 50% de los presupuestos para atención de la salud en muchos países pobres. Los funcionarios en esos países buscan identificar a los enfermos en las comunidades y canalizarlos a instalaciones regionales que cuentan con los conocimientos para hacer diagnósticos y ofrecer tratamientos apropiados. Otros son centros regionales o nacionales de atención terciaria que ofrecen los mejores diagnósticos y tratamientos de alta tecnología que sus países pueden adquirir (o convencer a las naciones industrializadas o a filántropos para que se los faciliten).
Llama la atención el deseo de contar con atención cara y tecnológicamente sofisticada. En parte, los países pobres hacen estas inversiones fuertes porque tienen el compromiso de mejorar la calidad de los diagnósticos y los tratamientos. En parte, lo hacen para conservar a sus mejores médicos. Esos médicos, educados en países avanzados, regresan con el deseo ferviente de utilizar sus habilidades recientemente adquiridas y se encuentran limitados por equipos de radiología obsoletos, un suministro escaso y poco confiable de medicamentos y por tecnología primitiva de soporte de vida. Los hospitales de alta tecnología también son símbolos de status, y algunos países buscan obtener prestigio construyendo las instalaciones más modernas. Los países industrializados que realizan y ayudan a financiar estos proyectos pueden estar motivados, al menos en parte, por la presión de la compañías que fabrican equipo y suministros de alta tecnología.
La mayoría de las iniciativas de salud pública en los países en desarrollo se centran en el control de enfermedades contagiosas en la comunidad. La morbilidad y la mortalidad causadas por enfermedades como la malaria, la tuberculosis, la esquistosomiasis, y la neumonía pediátrica y la diarrea ciertamente justifican esa prioridad. Sin embargo, otro aspecto del sistema de salud pública en naciones con recursos limitados –las infecciones adquiridas en los hospitales- ha sido ignorado en gran medida, tanto por el público como por la prensa y los organismos financieros.
Las naciones en desarrollo gastan sus limitados recursos en hospitales, que consumen más del 50% de los presupuestos para atención de la salud en muchos países pobres. Los funcionarios en esos países buscan identificar a los enfermos en las comunidades y canalizarlos a instalaciones regionales que cuentan con los conocimientos para hacer diagnósticos y ofrecer tratamientos apropiados. Otros son centros regionales o nacionales de atención terciaria que ofrecen los mejores diagnósticos y tratamientos de alta tecnología que sus países pueden adquirir (o convencer a las naciones industrializadas o a filántropos para que se los faciliten).
Llama la atención el deseo de contar con atención cara y tecnológicamente sofisticada. En parte, los países pobres hacen estas inversiones fuertes porque tienen el compromiso de mejorar la calidad de los diagnósticos y los tratamientos. En parte, lo hacen para conservar a sus mejores médicos. Esos médicos, educados en países avanzados, regresan con el deseo ferviente de utilizar sus habilidades recientemente adquiridas y se encuentran limitados por equipos de radiología obsoletos, un suministro escaso y poco confiable de medicamentos y por tecnología primitiva de soporte de vida. Los hospitales de alta tecnología también son símbolos de status, y algunos países buscan obtener prestigio construyendo las instalaciones más modernas. Los países industrializados que realizan y ayudan a financiar estos proyectos pueden estar motivados, al menos en parte, por la presión de la compañías que fabrican equipo y suministros de alta tecnología.