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La guerra que libramos contra la COVID-19

HONG KONG – El mundo está en guerra. El enemigo es resistente, despiadado e impredecible, no distingue razas, nacionalidades, ideologías ni riqueza. Ya dio muerte a más de 26 000 personas e infectó a más de 566 000. Desde trabajadores comunes, hasta el primer ministro y el príncipe heredero del Reino Unido. Ha detenido economías, colapsado los sistemas de atención sanitaria y obligado a cientos de millones de personas a quedarse confinadas en sus hogares. Y no retrocederá.

A diferencia de una guerra convencional, la pandemia de la COVID-19 no es una opción ni una competencia. No se puede consensuar un cese del fuego ni firmar un acuerdo. Y, sin vacunas ni curas eficaces, el mundo cuenta con pocas armas para combatirla. La única forma de recuperar la paz —o, al menos, de evitar una falla sistémica hasta que se desarrolle un arma más eficaz— es con un enfoque que integre a todo el gobierno, toda la sociedad y todo el mundo.

El imperativo más urgente es garantizar que la primera línea no sea sobrepasada. Como muestra un estudio del Imperial College, la mejor forma de lograrlo es con el distanciamiento social temprano y decidido: mantener a la gente separada para desacelerar el contagio. Esto reemplaza una «curva de pandemia con un pico» exponencial de contagios con otra «aplastada», en la cual los casos graves no superan la capacidad del sistema sanitario.

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