La guerra y el medio ambiente

La preocupación acerca de las consecuencias medioambientales de la guerra probablemente comenzó después del lanzamiento de las primeras bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki al término de la Segunda Guerra Mundial, cuando nadie sabía cuánto duraría la contaminación radioactiva o qué medidas de limpieza debían tomarse. Durante la Guerra Fría, los efectos ambientales de una confrontación nuclear generalizada se convirtieron en materia de pronósticos y especulaciones, ilustrados por el concepto del "invierno nuclear".

No sólo las armas nucleares dieron origen a estos temores. El uso del Agente Amarillo y el Agente Naranja como defoliantes durante la Guerra de Vietnam generó un apasionado debate (y algunas investigaciones) acerca de tales efectos toxicológicos y ecológicos. Antes de la primera Guerra del Golfo en 1991, se discutieron los posibles efectos sobre el clima mundial si Irak incendiaba los pozos petroleros kuwaitíes, lo que se convirtió posteriormente en la principal imagen del efecto ambiental de dicha guerra.

Desde entonces se han hecho intentos por estudiar y documentar sistemáticamente las consecuencias ambientales de las guerras. Organizaciones internacionales como el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) han iniciado varios estudios acerca de las guerras de los Balcanes y de los varios conflictos que consumieron a Afganistán durante la década de los 90. Desgraciadamente, las guerras africanas (en el Congo, Ruanda y Burundi, Liberia, Sierra Leona y la Costa de Marfil) aún no reciben la atención que merecen.

¿Qué hemos aprendido acerca de las consecuencias medioambientales de las guerras? Primero que todo, los efectos dependen del tipo de guerra y el tipo de ambiente. Un conflicto armado en que se utilice armamento de alta tecnología tiene efectos diferentes (y no necesariamente más benignos) que uno en que se luche con machetes. Una guerra en las junglas del sudeste asiático es distinta a una que ocurre en los desiertos de Kuwait o en las montañas de Afganistán.

A pesar de estas grandes diferencias, es posible esbozar algunas conclusiones:

· Efectos tras la destrucción de infraestructura. Entre estos se consideran la quema de pozos de petróleo, además de los derrames químicos o radiactivos desde fábricas o centros de almacenamiento bombardeados, la contaminación bacteriana del agua cuando se destruyen los sistemas de tratamiento de aguas servidas, y los terrenos inundados o desecados tras la destrucción de represas y sistemas de irrigación.

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· Efectos del impacto físico o químico en la capa superficial del suelo. Esta categoría incluye la erosión y la falta de regeneración (o de un crecimiento sustancialmente diferente) después de la deforestación, el desplazamiento de arena causado por los daños a la costra superficial de las zonas desérticas, o la erosión de las playas tras la destrucción de los arrefices de coral (por ejemplo, debido a derrames de petróleo o bombas);

· Efectos de las sustancias químicas usadas por las fuerzas armadas. A menudo, el ejército no tiene las mismas restricciones que los civiles cuando se trata del uso de estas sustancias. En efecto, los tanques y artillería fabricados por los soviéticos usan PCB en sus sistemas hidráulicos, los aeroplanos en misiones de combate agregan a su combustible halones que destruyen el ozono y las unidades marinas usan compuestos de estaño orgánico en la pintura utilizada en sus cascos;

· Efectos de las armas mismas. Las balas comunes a menudo están hechas de plomo, los misiles antitanques contienen uranio y los explosivos están compuestos de nitrógeno orgánico, y a veces contienen mercurio. Más aún, las minas, bombas y granadas que no explotaron durante el combate a menudo hacen que haya áreas inaccesibles tanto para humanos como para animales de gran tamaño, hasta largo tiempo después de que termina una guerra.

Entre los efectos ambientales también se encuentran los efectos para la salud tras la exposición a materiales peligrosos, tales como la inhalación del humo que proviene de los campos petroleros o el polvo de uranio, causando asma y posiblemente cáncer al pulmón. A pesar de haber sido muy investigados, hay otros problemas de salud, como el "Síndrome de la Guerra del Golfo" que han sido más difíciles de asignar a una causa específica. Entre las explicaciones que se han dado están las combinaciones de pesticidas que llegan con la niebla a los campos militares, el tratamiento con un compuesto de bromuro, el uso de repelentes contra insectos, las vacunas y la exposición al uranio empobrecido. Se ha pensado que la exposición a los agentes químicos de uso militar tras la detonación de las municiones iraquíes en Khamisiyah puede ser una causa del síndrome.

La gran escala de muchas guerras y su efecto es un factor especial en su impacto ambiental. La cantidad de petróleo bombeado hacia el Golfo Pérsico por los iraquíes en 1991, probablemente para prevenir un desembarco estadounidense al estilo del de Normandía, fue de más de un millón de barriles y posiblemente se acercó a los 1.5 millones de toneladas, cincuenta veces la cantidad que salió del petrolero "Prestige" en las costas españolas en el otoño pasado y cuarenta veces el petróleo que asoló a la costa de Alaska en los años 80, después del desastre del Exxon "Valdez"

Dada la logística de las guerras de gran escala, también hay efectos significativos indirectos o de segundo orden, como cuando un petrolero civil en ruta a Vietnam para suplir de petróleo a las fuerzas estadounidenses encalló en la isla de coral de Kiltan en las Lacadivas.

También son importantes las consecuencias ambientales medidas en términos económicos. El costo de la recuperación ambiental de 640 kilómetros de playas saudíes contaminadas con petróleo después de la Guerra del Golfo de 1991 fue de $540 millones. El retiro de cerca de 1.6 millones de minas terrestres en Kuwait cuesta más de $400 millones. Estos son sólo dos componentes de la deuda ambiental de dicha guerra.

Paradójicamente, si bien las guerras son ambientalmente destructivas, las antiguas zonas militares, tanto al interior de los países como entre ellos, a menudo se convierten en refugios para la vida silvestre, en donde se reproducen y crecen especies animales y vegetales en peligro de extinción. En Europa, tanto la cigüeña negra como el esturión europeo han sobrevivido en tales áreas y la antigua línea de demarcación entre la Alemania del este y del oeste es hoy en día un santuario de la biodiversidad.

https://prosyn.org/vS79f85es