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El asedio a la «ciudad en la colina»

MADRID – En 1940, con Europa sumida en una guerra de la que Estados Unidos se mantenía distante, el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt declaró que el país tenía que ser «el gran arsenal de la democracia». Lo decía en sentido literal: llamaba a los estadounidenses a dedicar «cada onza de esfuerzo» a la producción de armas para las democracias europeas (en particular, el Reino Unido) que combatían al fascismo. Pero sus palabras también tenían un fuerte componente simbólico, ya que posicionaban a Estados Unidos como principal baluarte democrático del mundo.

El 6 de enero, una turba de simpatizantes de Donald Trump violó ese bastión de la democracia. Alentados por el presidente mismo, tomaron por asalto el Capitolio de los Estados Unidos (profanando así uno de los más grandes monumentos a la democracia) y obligaron al Congreso a interrumpir la votación en la que se debía certificar la victoria del presidente electo Joe Biden en el Colegio Electoral. Fue la manifestación más clara que hayamos visto del carácter maligno de la presidencia de Trump y de la amenaza que supone su legado para el experimento democrático estadounidense.

El éxito de dicho experimento se basó, históricamente, en tres cualidades, que Alexis de Tocqueville identificó unos 185 años atrás: el dinamismo de su sociedad, la confianza y el respeto de sus ciudadanos hacia las instituciones y una visión progresista que alentaba la aceptación de riesgos y la innovación. Cualidades que faltaban en Europa, lastrada por una larga y complicada historia.

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