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Unificar a Occidente en la cuestión del cambio climático

WASHINGTON, DC – El presidente Barack Obama ha llamado al cambio climático  uno de los desafíos más importantes de nuestro tiempo, y está presionando por una legislación interna sobre el comercio de derechos de emisión, y al mismo tiempo está renovando la participación de su país en las negociaciones de las Naciones Unidas.

Sin embargo, este cambio de actitud no significa que ahora los Estados Unidos y la Unión Europea estarán de acuerdo en cuanto a la forma de abordar el cambio climático. A pesar de una convergencia de objetivos de largo plazo –alrededor de un 80% de reducción de las emisiones de dióxido de carbono para el 2050- todavía quedan obstáculos importantes y se necesitará un liderazgo real de ambas partes para evitar que en Copenhague se dé el fracaso que se evitó por poco en Kyoto en 1997.

Entonces, ¿cuáles son las cuestiones que pueden causar un impasse?

Primero, debe entenderse que la UE y los Estados Unidos empiezan la carrera de reducción de emisiones desde puntos muy diferentes. Cuando la entonces UE de los 15 ratificó el Protocolo de Kyoto, se comprometió a reducir las emisiones de CO2 en 8% respecto de los niveles de los años noventa para 2012. Al estar los Estados Unidos fuera del proceso de Kyoto, las emisiones de gases de efecto invernadero de este país se incrementaron en 19% entre los años noventa y 2005, mientras que las emisiones de la UE de los 15 aumentaron en 8% durante ese periodo, un nivel que supera los objetivos de Kyoto, pero está muy por debajo del total de las emisiones de los Estados Unidos.

Sin embargo, una vez que se ven con más cuidado, las cifras muestran que gran parte del desempeño de la UE no es resultado de una planificación deliberada. Dado que el punto de referencia de Kyoto de 1990 coincidió con la reunificación de Alemania, las emisiones de la ex Alemania del Este pudieron incluirse en los datos iniciales de la UE. La política energética británica también cambió alrededor de esas fechas, de la dependencia del carbón al uso del gas natural del Mar del Norte. Si el Reino Unido y Alemania se excluyen de los datos del periodo 1990-2005, las emisiones de la UE de los 13 se incrementaron en un 24%.

Así, pues, la diferencia principal entre los Estados Unidos y la UE no fue el Protocolo de Kyoto ni las políticas ambientales de la UE, sino factores externos. La Agencia Europea de Medio Ambiente sigue manteniendo que la UE alcanzará la meta fijada para 2012. Sin embargo, a fin de lograrlo, la UE tendrá que usar la reforestación y otros mecanismos de Kyoto, incluido el comercio de derechos de emisión, al que la UE se opuso originalmente en Kyoto.

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Segundo, las metas de reducción de emisiones propuestas por la administración Obama serán el objetivo máximo del Congreso, pero se quedarán por debajo del compromiso 20/20/20 de la UE. En el presupuesto federal de la administración Obama se establece un objetivo de reducción del 14% respecto de los niveles de 2005 para 2020 y una disminución del 83% para 2050 (la administración eligió adecuadamente 2005 en lugar de 1990 como punto de referencia).  El proyecto de ley Waxman-Markey que aprobó cerradamente la Cámara de Representantes en el verano de 2009 esencialmente adopta las directrices de la administración. Sin embargo, es probable que la ley que finalmente salga del Congreso tenga metas menos ambiciosas. Así, los Estados Unidos irán a Copenhague en diciembre con un conjunto de objetivos muy diferentes a los de Europa, y con un punto de referencia distinto.

La UE también debe aceptar que para el Congreso es una tarea política hercúlea aprobar legislación de cumplimiento obligatorio de reducción de emisiones antes de la reunión de Copenhague. Una sólida falange de senadores está decidida a impedir que se apruebe cualquier legislación climática de cumplimiento obligatorio, y la crisis económica global ha creado el peor ambiente posible para añadir más cargas financieras a las empresas y los hogares. Creo que el Congreso aprobará un cierto tipo de ley de cumplimiento obligatorio de comercio de derechos de emisión, pero es más probable que suceda el año próximo y que se quede incluso más abajo de los objetivos de la UE que las propuestas de la administración Obama.

Además, es improbable que en Copenhague Obama acepte cualquier acuerdo internacional vinculante que vaya más allá de los objetivos establecidos por el Congreso. Tampoco es probable que la administración consiga un apoyo de dos tercios en el Senado para respaldar  un tratado post-Kyoto sin que haya compromisos vinculantes de parte de China e India. China ya tiene normas obligatorias internas de intensidad de energía, pero ciertamente no aceptará objetivos vinculantes de reducción de emisiones. Existe el riesgo real de que el costo de aprobar un proyecto de ley interna de comercio de derechos de emisión sea imponer  sanciones comerciales a los grandes países emergentes emisores que se nieguen a aceptar límites obligatorios de algún tipo.

Hay formas de evitar un enfrentamiento entre la UE y los Estados Unidos en Copenhague. Una comunicación oportuna y constante con los más altos funcionarios encargados de asuntos climáticos de la administración Obama ayudaría a la UE a entender la postura probable de los Estados Unidos. También serán esenciales los esfuerzos coordinados entre la UE y los Estados Unidos para persuadir a los principales países en desarrollo como China e India de que contribuyan significativamente al acuerdo de Copenhague.

El problema no es meramente de competitividad para las empresas europeas y estadounidenses. A fin de detener los aumentos de las temperaturas que nos dicen los científicos que deben evitarse para impedir una catástrofe, se requieren medidas importantes  de parte de los principales países en desarrollo. En el Tratado de Río de 1992 se hizo un llamado para que los países en desarrollo emprendieran acciones “comunes pero diferenciadas”, no a la inacción. Si bien China y otros países en desarrollo pueden solicitar transferencia de tecnología a los países desarrollados, la UE y los Estados Unidos deben insistir en que no sea a expensas de la pérdida de la propiedad intelectual.

Lo que es más importante, cada país (o en el caso de la UE, grupo de países) debería comprometerse a cumplir sus propios objetivos y hacer todos los esfuerzos para garantizar que, juntos, den como resultado el nivel general de reducciones que los científicos creen necesario para estabilizar las temperaturas globales. Esto contrasta con Kyoto, en el que los llamados países desarrollados del “Anexo I” en esencia adoptaron objetivos idénticos. Este cambio será difícil para la UE porque sus empresas afrontarán un conjunto de objetivos más estrictos que sus competidores en los Estados Unidos o en cualquier otro lugar. Pero puede ser lo mejor que podamos esperar dadas las circunstancias.

Las actitudes de los estadounidenses hacia el cambio climático se han transformado durante la administración Obama. Sin embargo, las realidades políticas pondrán un límite a lo que los Estados Unidos podrán hacer antes y después de Copenhague. Mientras más pronto se tomen en cuenta estas limitaciones, más probable será que se logre un acuerdo post Kyoto significativo. Benjamin Franklin dijo a los colonos estadounidenses, “debemos estar unidos porque sino separados seguramente nos colgarán.” Lo mismo se aplica a los Estados Unidos y la UE.

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