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Ucrania no es Israel, es Palestina

LIUBLIANA – Una vez le dije a mi hijo más pequeño: «¿puedes pasarme la sal?». Me respondió: «¡claro que puedo!». Le repetí el pedido y me soltó: «me preguntaste si podía hacerlo, y yo te respondí. No me dijiste que debía hacerlo».

¿Quién fue más libre en esta situación: mi hijo o yo? Si entendemos que libertad quiere decir libertad de elegir, fue más libre mi hijo, porque tuvo una opción más en relación con cómo interpretar mi pregunta. Pudo hacerlo en sentido literal, o en el sentido habitual (como un pedido que se formula como pregunta por razones de cortesía). En cambio, yo renuncié a tener alternativas y di por sentado automáticamente el sentido convencional.

Ahora imaginemos un mundo en el que mucha gente actuara en la vida cotidiana como lo hizo mi hijo por burlarse de mí. Nunca estaríamos seguros de lo que quieren decir nuestros interlocutores, y perderíamos un montón de tiempo con interpretaciones vanas. ¿No es esta una buena descripción de lo que ha sido la vida política de la última década? Donald Trump y otros populistas de la «derecha alternativa» han aprovechado el hecho de que la política democrática depende de ciertas reglas y costumbres tácitas, y las violaron cada vez que les convino, pero evitando rendir cuentas, porque no siempre incumplieron la ley en forma explícita.

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