Turkey flag behind European Union flag.

Fuego cruzado diplomático sobre Turquía

MADRID – El derribo por Turquía del caza ruso podría abrir un nuevo frente en la escalada de violencia que asola a Siria, y dar al traste con las expectativas de acercamiento entre Rusia y Occidente surgidas tras la masacre de París. Con los presidentes de Rusia –Vladimir Putin– y de Turquía –Recep Tayyip Erdogan– enredados en fintas verbales, y ante la escalofriante posibilidad de un escenario más grave, la Unión Europea no debe escatimar esfuerzos para racionalizar su relación con Turquía.

Antes de la embestida terrorista, Erdogan parecía tener las riendas de esta relación. El mes pasado, los dirigentes europeos, abrumados por la crisis de los refugiados, aprobaron un plan de acción conjunta por el que a cambio de la cooperación de Turquía en su contención, comprometían fondos, liberalización de visados y –significativo– retomar las negociaciones sobre su adhesión a la Unión.

Todo ello benefició a Erdogan en su campaña para las elecciones generales del 1 de noviembre pasado: tanto el plan de acción como la posterior visita de Merkel a Estambul se percibieron en Turquía como apoyos de facto a su presidente en funciones. Y, tras los comicios en los que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan recuperó una holgada mayoría parlamentaria, la reciente Cumbre del G20 en Antalya debía consagrar el retorno triunfal de Erdogan al escenario global. Pero los acontecimientos frustraron este elaborado programa.

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