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Turquía se aprovecha de la niebla de la guerra

NUEVA YORK – La guerra de Rusia contra Ucrania ha permitido que el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, se haga pasar por estadista y pacificador en la región, incluso en momentos en los que él redobla sus esfuerzos por violar los principios democráticos y los derechos humanos en su país. Considere la difícil situación en la que se encuentra Osman Kavala, un destacado filántropo y activista de la sociedad civil quien ha sido recientemente condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional; esto sucedió cuatro años después de que fue absuelto, enjuiciado de nuevo, y encarcelado una vez más por tribunales que están bajo el control de Erdogan.

El trato dispensado por Turquía a Kavala supera incluso la persecución de Rusia a Alexei Navalny, una figura de la oposición en dicho país y quién recientemente fue sentenciada a nueve años de prisión. Turquía ha condenado a Kavala a lo que Hannah Arendt denominó como “el agujero del olvido que los gobernantes totalitarios preparan para sus oponentes”. La cadena perpetua injustificada no sólo borra la personalidad cívica y la identidad social de los condenados, sino que también destruye el tejido de la memoria y narrativa que une a las comunidades, creando las condiciones para que un régimen use la violencia con impunidad.

La sorprendente condena de Kavala se compara con la cadena perpetua impuesta al líder separatista del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan, y la detención continua del líder del Partido Democrático de los Pueblos Kurdos (HDP), Selahattin Demirtaş. Pero a diferencia de Öcalan y Demirtaş, Kavala no es político, ni militar o personalidad mediática. Kavala es un ciudadano común que participó activamente en la sociedad civil turca y ayudó a construir foros culturales y científicos independientes.

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