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Verdad y destrumpificación

BERLÍN – Entre los demócratas, y muchos republicanos, es grande la tentación de dejar pasar la presidencia de Donald Trump como una aberración extravagante. Así como los republicanos tal vez intentarán descargar en Trump toda la responsabilidad por las muchas transgresiones de los últimos cuatro años (esperando que su complicidad sea olvidada en poco tiempo) puede que los demócratas quieran hacer gala de civilidad democrática absteniéndose de discutir el pasado. En tal caso, si tras contar todos los votos de la elección del 3 de noviembre Joe Biden resulta vencedor, es probable que Trump y su gobierno no deban rendir cuentas por su historial flagrante de corrupción, crueldad y violación de principios constitucionales básicos.

Más allá del cálculo político, muchos observadores (desde el ex precandidato presidencial demócrata Andrew Yang hasta distinguidos juristas e historiadores) han sostenido que sólo las peores dictaduras persiguen a sus oponentes vencidos. Con muy evidentes razones personales, el procurador general de los Estados Unidos William Barr también opinó: «La persecución ritual de los vencedores políticos a los perdedores no es propia de una democracia madura». Pero no hay que apresurarse a generalizar. Aunque la respuesta al eslogan de campaña de Trump en 2016 que pedía cárcel para Hillary Clinton no debería ser «cárcel a Trump», tampoco es que «olvidar y perdonar» sea la única alternativa.

En Estados Unidos habrá que distinguir tres cuestiones: los delitos que Trump pueda haber cometido antes de asumir el cargo; los actos de corrupción y crueldad de Trump y sus secuaces durante su gobierno; y las conductas que revelaron debilidades estructurales dentro del sistema político estadounidense en general. Cada caso demanda una respuesta ligeramente diferente.

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