harrington18_Bill ClarkCQRollCallGettyImages_ratcliffelookingupset Bill Clark/CQ Roll Call/Getty Images

El daño a la inteligencia de Estados Unidos ye está hecho

ATLANTA – Para entender lo que está sucediendo en los regímenes autoritarios –ya sea en Moscú, La Habana, Beijing o Pyongyang-, los analistas siempre le prestan mucha atención al ascenso y caída de los jefes de inteligencia. En el caso del presidente norteamericano, Donald Trump, que aspira a ser un autócrata, el nombramiento frustrado de John Ratcliffe, un congresista republicano de Texas, para suceder al saliente director de Inteligencia Nacional, Dan Coats, es por cierto revelador.

Ratcliffe no tenía ninguna calificación discernible para el puesto, más allá de una lealtad servil a Trump. Y si bien Trump ha retirado la nominación, lo hizo no porque le preocupara la seguridad nacional de Estados Unidos, sino por miedo a que su candidato no hubiera sido confirmado. El hecho de que Trump llegara incluso a considerar un candidato tan poco apropiado para el puesto sugiere hasta qué punto quiere encuadrar a los servicios de inteligencia. 

Durante los dos primeros años de la presidencia de Trump, el liderazgo profesional de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos se llamó a silencio. Había llegado a la conclusión de que el silencio era la mejor táctica para lidiar con un jefe sin ataduras y antagónico. Pero el caso Ratcliffe parece augurar un nuevo desafío, no sólo para el establishment de inteligencia norteamericano, sino también para los aliados de Estados Unidos, que desde hace mucho tiempo valoran su acceso a una comunidad de inteligencia basada en los hechos y apolítica con sede en Washington. Con su intención de instalar adulones en tantos puestos clave de la seguridad nacional, Trump ya le ha asestado un golpe serio al sistema de alianzas que forma la base del poder y la influencia de Estados Unidos en el mundo.   

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