NUEVA YORK – Algunos especialistas en ciencias biológicas dicen que las lesiones o enfermedades nunca se curan del todo, porque las células conservan para siempre rastros, memorias, de hasta los más ínfimos ataques a la integridad del cuerpo. Lo mismo le pasará a Estados Unidos.
Un día, Estados Unidos dará vuelta la página de Donald Trump. Pero nunca se recuperará del todo de la herida incurable que su bajeza, su estupidez testaruda, su desconcertante pasividad ante las ambiciones globales de China han infligido a la cultura y la imagen internacional del país. ¿Es Trump un síntoma? ¿O es una enfermedad terminal?
Tampoco los demócratas se han librado de la desmoralización y el derrotismo, como descubrí hace poco en Nueva York y en una visita reciente a Chicago para un seminario en el Instituto de Política de la Universidad de Chicago. En el hogar de Nazee Moinian (una iraní‑estadounidense cuyo piso en Manhattan recuerda las patricias moradas de los miembros de la célebre Mesa Redonda del Algonquín), las élites congregadas asienten. Al no respaldar el intento de los kurdos de independizarse de Irak, Trump no sólo cometió un error moral, sino también un error político irreparable. Traicionó a su aliado kurdo, fortaleció a su adversario iraní.
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Tampoco los demócratas se han librado de la desmoralización y el derrotismo, como descubrí hace poco en Nueva York y en una visita reciente a Chicago para un seminario en el Instituto de Política de la Universidad de Chicago. En el hogar de Nazee Moinian (una iraní‑estadounidense cuyo piso en Manhattan recuerda las patricias moradas de los miembros de la célebre Mesa Redonda del Algonquín), las élites congregadas asienten. Al no respaldar el intento de los kurdos de independizarse de Irak, Trump no sólo cometió un error moral, sino también un error político irreparable. Traicionó a su aliado kurdo, fortaleció a su adversario iraní.
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