President Donald Trump attends a state dinner at the Great Hall of the People Thomas Peter - Pool/Getty Images

El derecho divino de Donald

WASHINGTON, DC – Puede parecer que el presidente estadounidense Donald Trump no tiene mucho en común con el dictador norcoreano Kim Jong-un, pero sus tendencias autocráticas son más evidentes cada día que pasa. Planteos relacionados con el alcance del poder presidencial que en otros tiempos se hubieran considerado ridículos (constitucionalmente y según la práctica establecida) ahora se discuten como si fueran ideas normales.

Es posible que Kim encuentre en Trump (quien aun antes de que empiecen las conversaciones, ya le hizo el obsequio de ser el primer presidente estadounidense que se reúne con un líder norcoreano) un espíritu afín, al menos en comparación con sus antecesores. Pero los padres fundadores de Estados Unidos quedarían horrorizados si vieran en qué han quedado las ideas consagradas en la Constitución estadounidense. Decididos a no instituir otro rey, dieron al Congreso más importancia que a la presidencia, y lo pusieron primero en la Constitución, mientras que los poderes presidenciales se definen en el artículo segundo. Ahora Trump tiene en la mira un concepto esencial: que el presidente deba rendir cuentas a los ciudadanos.

El poder de la presidencia creció con los años, pero en la administración Trump el Congreso se volvió timorato y subordinado. Eso se debe a que los líderes del Partido Republicano (que controla la Cámara de Representantes y el Senado) le tienen miedo a la base electoral de Trump. No pueden darse el lujo de malquistarse con el 30 o 35% de estadounidenses que respaldan apasionadamente a Trump, ignoran sus transgresiones personales, toleran la degradación a la que ha sometido el discurso cívico del país, aprueban el trato brutal que dispensa a las familias inmigrantes y no ven con preocupación que esté dejando a Estados Unidos prácticamente aislado en el mundo.

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