Trump and Mattis Nicholas Kamm/AFP/Getty Images

La peligrosa carta blanca de Trump

NUEVA YORK – La decisión del Departamento de Defensa de lanzar una bomba “Massive Ordnance Air Blast” (MOAB) de 11 toneladas sobre un remoto reducto del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS) en Afganistán no refleja una política de lucha contra el terrorismo coherente. Como muchos comentaristas han señalado, este fue otro caso de estrategia traga-tácticas – un modo de formulación de políticas que fue puesto a prueba una semana antes en Siria y que podría conducir a una catástrofe si se intenta aplicarlo en, por ejemplo, la península coreana.

Más específicamente, el ataque en Afganistán fue un ejemplo de cómo se deja que los medios militares sean quienes determinen los fines de la política. En lugar de identificar una amenaza urgente a la seguridad nacional y de sopesar las opciones para contrarrestarla, los comandantes militares estadounidenses parecen haber examinado el arsenal no utilizado de Estados Unidos, y al hacerlo se toparon con la bomba MOAB, y buscaron un lugar donde se pudiera exhibir su poder.  

Naturalmente, tenían que encontrar un objetivo relativamente libre de civiles, pero no necesariamente uno que representara una amenaza seria para la seguridad nacional o que sirviera como un bastión importante de la insurgencia afgana. La justificación multiuso que se esgrimió para lanzar una bomba MOAB en las montañas afganas fue que, después de ocho años de presunta debilidad de Barack Obama, el uso de la bomba no nuclear más grande que tiene Estados Unidos “restauraría el poder de disuasión”. No se dio ninguna importancia al hecho de que una red mundial descentralizada de extremistas no se iba a sentir disuadida por las detonaciones de alta intensidad sobre tierras desiertas remotas.

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