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Trump se asoma al precipicio iraní

MADRID – Un nuevo año, y un nuevo despropósito del presidente Trump en materia de política exterior. El asesinato del general iraní Qassem Soleimani ha sido un movimiento provocativo, temerario y carente de la más mínima altura de miras. No hay ninguna duda de que Soleimani era una figura turbia: al mando de las operaciones extraterritoriales de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria iranís, el general ejerció una influencia extremadamente perniciosa en Oriente Próximo. Sin embargo, no puede pasarse por alto que Soleimani comandaba un brazo armado de carácter estatal, y que gozaba personalmente de una evidente popularidad en su país, por mucho que Trump se empeñe en fingir lo contrario.

Una vez más, Estados Unidos ha emprendido una acción desmesurada que sentará un peligroso precedente, en el que podrían terminar escudándose sus adversarios para llevar a cabo operaciones similares. Tras el ataque contra Soleimani, Trump llegó incluso a amenazar repetidamente a Irán con la destrucción de algunos de sus preciados lugares de interés cultural, lo cual constituiría nada menos que un crimen de guerra. Aunque Trump parece haber recapacitado en lo referente a esta cuestión, sus constantes idas y venidas no hacen sino recalcar la falta de una planificación debidamente pormenorizada. A buen seguro, el asesinato de Soleimani representó una maniobra efectista, orientada fundamentalmente al consumo doméstico. No obstante, en el largo plazo, ¿podrá decirse que fue una maniobra efectiva?

Obviamente, la respuesta dependerá del fin último que se persiga. La Administración Trump se ha envuelto en una retórica punitiva, argumentando que su drástica intervención tendrá un efecto disuasorio sobre Irán. Asimismo, ha dado a entender que Soleimani era un activo imprescindible para el régimen iraní. Pero ambas justificaciones son cuestionables. Aunque la represalia iraní dirigida contra dos bases iraquís que albergan tropas estadounidenses ha sido relativamente comedida, Irán no va a dar su brazo a torcer. Tampoco cabe suponer que la pérdida de Soleimani —pese a su enorme relevancia— vaya a ser insuperable para el régimen iraní, que ya ha nombrado como sucesor del general a su principal hombre de confianza.

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