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Estados Unidos no necesita un rabino en jefe

JERUSALÉN – Si hay algo sagrado para los estadounidenses, es la Constitución de los Estados Unidos, el documento fundacional que contiene el código fuente del país. Lamentablemente, uno de los componentes clave de ese código (la Primera Enmienda) está siendo atacado por un virus agresivo liberado desde la Casa Blanca.

En 1802, el tercer presidente estadounidense, Thomas Jefferson, escribió que “la religión es un asunto exclusivo del Hombre y su Dios”. A un grupo de bautistas de Connecticut preocupados por la libertad religiosa, los tranquilizó señalando que la “cláusula de establecimiento” de dicha enmienda (que prohíbe al Estado establecer o favorecer religión alguna) y la “cláusula de práctica libre” (que le prohíbe obstaculizar la práctica de la religión) alzaron “un muro de separación entre la Iglesia y el Estado”. Pero esa pared comienza a mostrar grandes fisuras, por las acciones de los dos sucesores más recientes de Jefferson: Barack Obama y Donald Trump.

Para los judíos ha sido extraño (y atemorizador) ver a presidentes estadounidenses tratando de trazar una distinción entre judíos “buenos” y “malos”. La cuestión de “quién es judío” es un tema recurrente del debate político israelí, cuya Ley de Retorno otorga la ciudadanía a cualquier judío que se radique en el país; pero ese debate es independiente de creencias personales. Es inaceptable que ahora en Estados Unidos se pretenda poner cuestiones religiosas bajo la lupa. Que los responsables de esa conducta lo hagan o no pensando en los intereses de los judíos no es excusa.

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