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El ocaso de los dioses de Trump

NUEVA YORK – Si alguien se sorprendió por el caos en Washington D. C. es porque no prestó atención en los últimos cuatro años. Las grotescas escenas alrededor del Capitolio el 6 de enero fueron realmente vergonzosas: matones de mirada salvaje con banderas neonazis y pancartas de Trump que entraron por la fuerza a la Cámara de Representantes y el Senado, mientras la turba rugía «EE. UU.» y «Paren el robo», y otros se tomaban selfis para mostrar algún día su momento de gloria a sus nietos.

Pero el espectáculo más desagradable de todos fue el del propio Trump incitando a sus desenfrenados seguidores a invadir el Capitolio para anular la elección y combatir a los «malvados» enemigos que supuestamente le robaron su victoria.

Fue vergonzoso, pero no sorprendente; era fácil de prever desde aquel momento en 2016, durante el segundo debate presidencial, en que le preguntaron a Trump si aceptaría al resultado de las elecciones siguientes. Su respuesta fue que eso dependería del resultado. En otras palabras, solo aceptaría su propia victoria, cualquier otro resultado sería ilegítimo. Quedó entonces claro que no aceptaría las normas básicas de la democracia liberal.

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