El error es propio de la ciencia

Hasta ahora, se consideraba con frecuencia que el fin principal de la ciencia médica era el descubrimiento, pero actualmente éste resulta casi demasiado fácil. Cualquiera que disponga de un poco de financiación y algunos especímenes biológicos en un refrigerador puede hacer miles de "descubrimientos" postulados.

De hecho, el número de cuestiones planteadas en materia de investigación está aumentando de forma exponencial. Equipos médicos del tamaño de la uña de un dedo pulgar pueden evaluar un millón de factores biológicos diferentes de un individuo con una cantidad infinitesimal de sangre. Se pueden plantear en el acto un millón de cuestiones de investigación, pero, incluso con las pruebas estadísticas idóneas, muchas de esas decenas de miles de factores biológicos pueden parecer importantes sólo por pura casualidad. Sólo un puñado de ellos lo serán. La inmensa mayoría de esos resultados iniciales de la investigación resultarán ser descubrimientos espurios.

Por eso, actualmente la cuestión principal es la de validar los "descubrimientos" reproduciéndolos en marcos diferentes. Varios equipos de investigadores deben verlos "funcionar" una y otra vez utilizando reglas comunes. Además, todos los equipos deben comprometerse a no seleccionar y comunicar sólo los datos que parezcan más impresionantes. Con una comunicación selectiva, acabaríamos con una larga lista de todos los descubrimientos falsos hechos por todos los equipos de investigación y sólo unos pocos hallazgos verdaderos sepultados bajo esa pila de desperdicios no reproducidos.

De hecho, los datos empíricos indican la importancia de ese peligro. En un artículo publicado en el Journal of the American Medical Association en julio de 2005, demostré que la refutación es muy común, incluso en el caso de los hallazgos de investigación más prestigiosos. Examiné cuarenta y cinco hallazgos de investigaciones clínicas que habían recibido el mayor reconocimiento en el mundo científico, documentados por el número de veces que otros científicos los habían citado a lo largo de los quince últimos años.

Aun en el caso de los más sólidos tipos de investigación –por ejemplo, los ensayos clínicos aleatorios–, al cabo de unos pocos años de su publicación ya se había demostrado que uno de cada cuatro de dichos resultados era erróneo o posiblemente exagerado. En el caso de la epidemiología (por ejemplo, los estudios sobre vitaminas, dieta u hormonas desde el punto de vista de su relación con resultados relativos a la salud de la población general), cuatro quintas partes de los hallazgos más prestigiosos fueron refutados rápidamente. En el caso de la investigación molecular, a falta de una reproducción extensa, la tasa de refutación puede exceder a veces el 99 por ciento.

Pero no debemos sentir pánico. Es de esperar que la mayoría de los hallazgos de investigación sean contradichos y refutados rápidamente; de hecho, esa circunstancia forma parte del avance de la ciencia. Sin embargo, debemos adaptarnos a esa situación. En lugar de considerar un dogma la documentación científica, debemos considerarla una información provisional a la que se debe atribuir un nivel de credibilidad.

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No hay nada malo en difundir información científica que tenga un diez por ciento –o incluso un uno por ciento– de credibilidad. A veces será la mejor documentación que tengamos, pero debemos acostumbrarnos a entender que algunos hallazgos de investigación tienen muy poca credibilidad, mientras que otros pueden contar con mayor probabilidad de resistir la prueba del tiempo. Los propios científicos pueden atribuir con honradez esos niveles de credibilidad a su propia labor, si describen detalladamente lo que se proponían y cómo lo hicieron.

La ciencia es una labor noble, pero los avances genuinos en materia de investigación científica no son fáciles de lograr. Requieren mucho tiempo, esfuerzos continuos, integridad absoluta, financiación apropiada y apoyo material y un compromiso inquebrantable. Las propuestas de avances científicos requieren una validación cuidadosa y la reproducción por parte de científicos independientes. El conocimiento científico nunca es definitivo, sino que evoluciona continuamente, lo que constituye parte de la gran fascinación que despierta la ciencia, y fomenta la libertad de pensamiento.

Si bien es probable que los científicos serios conozcan bien esos principios, con frecuencia se los olvida cuando se difunde la información científica. Nuestra sociedad está inundada de información inflada, inherente a los esfuerzos que se hacen en muchas actividades humanas –el espectáculo, los tribunales de justicia, los mercados de valores, la política y los deportes, por citar sólo algunos– para atraer una mayor atención pública en el marco de la civilización de masas.

Pero sería perjudicial esperar que la ciencia "presumiera" de ese modo. La exageración contradice los criterios fundamentales del razonamiento científico: el pensamiento crítico y la evaluación cuidadosa de la documentación.

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