Los Estados Unidos y el Tratado sobre la Prohibición de los Ensayos Nucleares

Dos semanas antes de que el Presidente George W. Bush tome posesión, la incertidumbre que rodeó su elección ha sido sustituida por las preocupaciones sobre el impacto que su presidencia tendrá en la política exterior de Estados Unidos. Los aliados y adversarios de este país están buscando indicios de continuidad o de cambio en el enfoque del nuevo presidente. Una clave serán las acciones de la nueva administración en cuanto a la no proliferación nuclear en general y al Tratado sobre la Prohibición Total de los Ensayos Nucleares en particular.

Hace un año, el Presidente Clinton y la Secretaria de Estado Albright me pidieron que actuara como su consejero especial para el Tratado sobre la Prohibición de los Ensayos Nucleares. El senado de los Estados Unidos acababa de votar en contra de la ratificación del Tratado. Se me pidió que entablara un diálogo discreto con los senadores para discutir los puntos complejos del debate y estudiar qué es lo que se debe hacer. Con este fin me reuní con senadores demócratas y republicanos y realicé consultas con representantes de alto nivel de la administración, con personal de los laboratorios, con científicos y otros expertos, todos con opiniones muy distintas sobre la ratificación. Escuché sus preocupaciones y busqué sus sugerencias.

Mis consultas me convencieron de que existe un amplio apoyo en ambos partidos para que los Estados Unidos encabecen una respuesta internacional a los peligros que plantea la proliferación de las armas nucleares. Estoy más convencido que nunca de que el Tratado Sobre la Prohibición de los Ensayos Nucleares es un componente integral –incluso indispensable- de los esfuerzos globales en contra de la proliferación. Espero que la administración Bush revise el Tratado en el contexto de su importancia para combatir la expansión de las armas nucleares.

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