580cc20346f86f380effde18_jk645.jpg Jon Krause

La ONU, al rescate de la lucha contra el cambio climático

PARÍS – La Asamblea General de las Naciones Unidas es la única instancia del mundo donde todos los países votan y gana el dictamen de la mayoría. No tiene requisito de unanimidad ni existe allí el veto, lo cual bien puede ser el motivo de que no se la haya convocado para tratar el cambio climático. Sin embargo, es el único lugar donde es posible superar la obstrucción de los países grandes (por ejemplo, China y Estados Unidos en la cumbre global sobre el clima, realizada en diciembre en Copenhague).

Por supuesto, en el pasado la ONU ha desempeñado un papel importante en torno al cambio climático. Casi cada año desde la firma de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático, en Rio de Janeiro en 1992, se ha reunido una “Conferencia de Partes”. A menudo, estas reuniones son de carácter técnico y el debate se lleva a cabo entre embajadores, pero a veces el trabajo preparatorio exige decisiones que se toman a nivel de ministerios, o incluso de jefes de estado o gobierno. Fue el caso de Kyoto en 1997, y nuevamente en Copenhague en la COP15.

Vale la pena recordar que muchas delegaciones llegaron a Kyoto con disposición a aceptar la idea de un impuesto a las emisiones de gases de invernadero, o al menos de dióxido de carbono, el gas de invernadero más común. La delegación estadounidense, enviada por un gobierno que buscaba reducir la intervención del estado en la economía, manifestó su vehemente oposición a la idea.

La delegación de EE.UU. sugirió un esquema totalmente diferente al que se debatía, según el cual las emisiones estarían sujetas a autorizaciones o cupos que se podrían comerciar en un mercado creado para tal fin.

Finalmente, se escogió ese enfoque en Kyoto, con la esperanza de que Estados Unidos, que lo había propuesto, lo terminara por ratificar. China e India no participaron en esa conferencia, y Rusia era hostil a la idea. Y, no obstante, EE.UU. se negó a ratificar el Protocolo de Kyoto.

La Unión Europea fue el único grupo de naciones que consideró seriamente su implementación. Desde 2005 ha estado vigente un sistema europeo de cupos, limitado a los productores de   materiales y energía eléctrica, las dos principales fuentes de emisiones.

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Se suponía que la Conferencia de la COP15 en Copenhague crearía un tratado que sucedería al Protocolo de Kyoto cuando éste caduque en 2012. Sin embargo, los cuatro días de debate entre líderes terminaron en un fiasco. Se aprobó vagamente por aclamación un documento de cuatro páginas que no se sometió a votación, que expresaba la esperanza de que las medidas internacionales se orienten a limitar el calentamiento global a dos grados Celsius en el curso del siglo veintiuno, pero no dice nada sobre cómo lograrlo: no hay compromisos sobre la cantidad de emisiones, ni sistemas de medición o supervisión globales.

Un fracaso así es extremadamente dañino. Sin compromisos de los gobiernos no hay forma de limitar las emisiones de carbono de manera eficaz, lo que implica que cuando el mundo comience a tomar medidas será mucho más difícil reducir el ritmo del cambio climático y paliar sus efectos. Más aún, se ha dejado a Europa en la incertidumbre acerca de su propio sistema de cuotas, que no ha funcionado particularmente bien en todo caso.

Más de la mitad de los 43 miembros de la Alianza de Estados Insulares Pequeños cree que la decisión de no hacer nada y dejar que aumente el nivel de los océanos equivale a un crimen premeditado. El más pequeño de todos, Tuvalu, con 11.600 habitantes, ya está buscando un lugar donde evacuar a sus ciudadanos cuando su isla quede sumergida. Más de la mitad del territorio de Bangladesh, donde viven 100 millones de personas, corre el peligro de sufrir inundaciones, al igual que los Países Bajos, con 16 millones, que ve amenazado un cuarto de su territorio.

La mayoría de los potenciales refugiados climáticos acabarán desplazándose a enormes zonas de creciente aridez - Oriente Próximo, la región mediterránea, China central y los Estados Unidos. Algunos predicen que este tipo de migración comenzará a ocurrir ya en la segunda mitad de este siglo.

Dada la escala de la catástrofe que se cierne sobre el mundo, no nos podemos permitir dejar las cosas tal como están. Por supuesto, el proceso no se ha detenido. Se seguirán realizando conferencias sobre el cambio climático, pero la próxima probablemente lleve a serios ajustes de cuentas. En efecto, los pueblos y los gobiernos necesitan expresar su rabia ante el hecho de que en Copenhague no se haya llegado a un acuerdo vinculante, a pesar de la buena disposición de muchos de los países presentes.

Afortunadamente, en Copenhague se logró lo suficiente como para reiniciar el proceso, pero ese reinicio debe darse ahora, y la ONU, específicamente la Asamblea General, es el lugar donde comenzar. Muchos comentaristas han condenado a la ONU por el fracaso de Copenhague, pero se trata de una mala interpretación de lo que ocurrió. No fue más que el guía de la Conferencia. Proporcionó la logística, los intérpretes y el directorio de participantes. Sus organismos directivos no funcionaron porque no se los convocó a las conversaciones.

En consecuencia, es el momento de utilizar de verdad la instancia que ofrece la ONU y convocar a la Asamblea General para que tome la iniciativa. La ONU no fue responsable del fracaso y no deber actuar como si lo hubiera sido. Ahora debe usar su poder, como parlamento del mundo que es, para pasar por sobre las obstrucciones de unos pocos.

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